Escuela, ciencias y tecnologías de los Huarpes

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En una visión retrospectiva y ampliada, aunque sucinta, de educación e historia, de historia y educación, el autor de esta serie nos traslada a tiempos pretéritos para rememorar y actualizar datos y saberes de nuestros antepasados huarpes.

Por Elio Noé Salcedo

    Todos los pueblos tienen sus propios saberes y ciencias y generan las tecnologías necesarias para uso y mejoramiento de su vida diaria. Nuestros antepasados huarpes son un ejemplo de ello.
Por supuesto, no nos referimos a los saberes de la “escuela incaica” o quichua, que produjo una colonización imperial de la cultura, lengua y religión en los pueblos dominados del Tawuantinsuyu, hasta prácticamente hacerlas desaparecer en su originalidad. Nos referimos más bien al “modo de ser de un pueblo”, categoría que Domingo F. Sarmiento utilizaba para definir la cultura nuestro-americana, aunque para cuestionarla.

La ciencia del rastreador
    Los historiadores sanjuaninos Carmen Peñaloza de Varese y Héctor Daniel Arias nos remiten a esa cultura y modo de ser del pueblo huarpe cuando aluden al conocimiento y habilidad del “rastreador”, que Sarmiento, por su parte, sin desmentirlos, identifica en el “Facundo” con el gaucho del interior. Como sabemos, en el gaucho se mezclan y se funden la sangre y la cultura indígena con la ibérica.
Al referirse al texto del rastreador escrito por Sarmiento, los historiadores mencionados lo definen así: “Retrato impar, inspirado en ese privilegio que tenían los huarpes de leer en el suelo acertadamente e interpretar los vestigios hallados en las matas de los pastos, en los arenales, en las orillas de las aguadas, ese instinto seguro que guiaba su paso en pos de un rastro. Él, solo él (el Huarpe) supo de esos signos ininteligibles”.
      Atendiendo a esos “saberes” que el gaucho sanjuanino heredó de sus abuelos huarpes (abu-orígenes), Sarmiento pregunta: “¿Qué misterio es este del Rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres?”.
“En llanuras tan dilatadas –responde el escritor- en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal y distinguirlas entre mil; conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o vacío; esta es una ciencia casera y popular”. En esta ciencia “vulgar” (común, del vulgo) pero verdadera, los saberes del rastreador “hacen fe en los tribunales inferiores” y “la conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa”.
     El rastreador, emparentado en algún punto con las virtudes y habilidades del investigador y del intelectual de arraigo, -al que Arturo Jauretche convocaba a “recostarse con el oído pegado a la tierra en que nacimos y oír el pulso de la historia como un galope a la distancia”-, el gaucho-huarpe “ve el rastro, y lo sigue sin mirar sino de tarde en tarde el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada que para otro es imperceptible”. Pero esta no era la única ciencia dominada por los Huarpes.

Ciencia y tecnología de la cestería
     Si entendemos con Aquiles Gay y Miguel Ángel Figueras que la tecnología es “la suma de conocimientos con el fin de solucionar problemas concretos que nos plantea la vida social y productiva”, entonces podemos afirmar que una disciplina en la que los huarpes se habían especializado y se destacaron, creando a partir de ella una tecnología sin par, fue sin duda la cestería.
     En efecto, basados en ese “conocimiento común” (de varias generaciones, seguramente) y esa “ciencia casera y popular” que dominaban, integrando técnicas y valores culturales propios de su desarrollo, nuestro abuelo y abuela huarpe “tejía con mano hábil el junco de los bañados, trabajándolo con tal fineza –asegura Juan Pablo Echagüe en “Tierra de Huarpes”-, que fabricaba con él no solo balsas (para la pesca y transporte), cestas y esteras sino vasos y tinajas (recipientes de todo tipo) que no dejaban escapar una sola gota de agua entre sus fibras”. “Y como no se quiebran, aunque caigan en el suelo –había dicho ya dos siglos antes el historiador jesuita Alonso de Ovalle-, duran mucho”.

La ciencia textil y del grabado
   Basados en el conocimiento del arte textil, que manejaban prolijamente, con prendas bien terminadas, los huarpes hilaban admirablemente la lana de guanaco y vicuña, la tejían y confeccionaban sus ajuares. “Con telas de consistencia muy resistente –señala el historiador Horacio Videla- confeccionaban mantas y alfombras, teñido previamente el hilo con distintos colores extraídos de los minerales y plantas de la región”.
     Asimismo dando cuenta de otros saberes y artes que dominaban, “perforaban y pulían algunas piedras preciosas y hacían amuletos y adornos personales; modelaban y grababan la piedra en monolitos y petroglifos que jalonaron la ruta del Inca, como la denominada Piedra Vigornia, frente al Leoncito”. A su vez, “decoraron con inscripciones los enterratorios o huacas…”, prosigue Videla, y “algunos distantes parajes cordilleranos fueron signados con los enigmáticos petroglifos huarpes…”.

Las ciencias de la alimentación
    Al abordar este tema, debemos consignar que, a diferencia de otros indígenas que se asentaron en el actual territorio argentino, incluso mucho después que los Huarpes (considerados autóctonos), nuestros aborígenes eran agricultores en Calingasta y Valle del Tulum, cazadores en Angaco y Pie de Palo, y pescadores en la región de las lagunas de Huanacache.
Tampoco podemos soslayar en lo que atañe a estas ciencias, que los huarpes, como dice el profesor Daniel Chango Illanes en su Historia de San Juan, “aprovechaban recursos económicos provistos por la naturaleza: animales salvajes (guanaco), flora autóctona arbustiva, y frutos alimentarios con muy buena potencialidad energética (algarrobo y chañar). También aprovechaban recursos que eran producto del desarrollo del riego artificial (con previsión se asentaron al lado de ríos y lagunas en un ambiente desértico) y poseían animales domésticos”.
    En cuanto al arte y las ciencias culinarias propiamente dichas, aprovechaban el choclo del “maizal huarpe” para comerlo asado y cocido, o bien, después de asarlo y cocerlo lo secaban al sol –tecnología de secado y conservación que todavía hoy utilizan muchas empresas modernas dedicadas al rubro-, para obtener la chuchuca o chuchoca (mazorca de maíz tierno) que consumían mojada y molida. Al maíz maduro quebrajado lo utilizaban para comidas y bebidas, pues con maíz preparaban la chicha, que fermentaban rápidamente.
   Gozaba también de su preferencia la algarroba, que recolectaban y conservaban en una especie de silos llamados “pirguas” (construcciones de paredes de caña o adobes y techo de paja o palma). La majaban, y con su harina preparaban el patay y el shumingo, la añapa (bebida refrescante) y la aloja que consumían fermentada.
    Los Huarpes completaban su alimentación con otros productos agrestes de recolección (como la quinoa o harina peruana), raíces y semillas, así como carne de quirquincho, guanaco, venado y animales de caza, aparte del producto de la pesca, conservando la carne charqueada largo tiempo, según consta en todas las “Historia de San Juan” que hemos consultado.

Imagen de portada: obra de la artista visual Noelia Salcedo Gil