La escuela de Nazario Benavides

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Nazario Benavides, uno de los pocos sanjuaninos que pudo gobernar nuestra provincia por varios períodos, en su caso a lo largo de 18 años (1836 – 1854), no solo aprendió a leer, escribir y realizar operaciones aritméticas fundamentales en la escuela pública de su época, sino que tuvo otra escuela muy particular en donde se formó como persona y ciudadano comprometido con sus comprovincianos y compatriotas.

Por Elio Noé Salcedo

Nos parece muy acertado el criterio de los historiadores, cuya semblanza compartimos, de comenzar el relato histórico del gran caudillo sanjuanino del siglo XIX describiendo lo que podríamos considerar la “otra” escuela.
En verdad, no todo se aprende en la academia y, tampoco, desafortunadamente, aquello que necesitamos para encarar una vida política y social compleja en una Nación inconclusa, es decir en una sociedad nacional todavía no plenamente realizada como tal. Es ese déficit -no la falta de méritos- lo que en definitiva impide que una mayoría pueda realizarse en forma individual.
Nazario comenzó a cursar esa otra escuela en el propio seno familiar. El hogar estaba conformado por su padre Pedro Benavides, su madre doña Juana Paulina Balmaceda, su hermana María Jacinta y sus hermanos Juan Antonio y José María. En su casa de adobes de Concepción, rodeada de viñas, huertas y potreros, junto a su padre y sus hermanos, Nazario cultivaba la vid y atendía la huerta y los potreros de la familia. Allí mismo, Pedro Benavides le había enseñado a preparar la tierra, de la que dependía la situación y posición familiar, “de cierta holgura, sin ser rica”.
Pero la muerte violenta de su hermano, que se había unido a la lucha de José Miguel Carrera y sería ejecutado por orden gubernamental un 7 de octubre de 1821, impresionó tanto a Nazario, que abandonó los cultivos de la tierra y el cuidado del potrero familiar y lo cambió por el oficio de arriero.
Apuntemos juntos a los historiadores consultados, en atención a esta singular escuela, que si bien “los comerciantes, no muy numerosos, introducían y vendían productos manufacturados traídos desde el litoral, centro, N.O y Chile” y “los invernadores compraban hacienda vacuna en Córdoba, Los Llanos (La Rioja) y a veces en el N.O y luego de engordarla la pasaban a Chile”, por su parte, los “arrieros fletadores” (que parece ser el caso de Nazario Benavides) representaban socialmente una suerte de clase media de servicios, en tanto “los viñeros, comerciantes e invernadores ejercían por medio de sus hijos el oficio con arrias propias…”.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar
Pues bien, el oficio de arriero le permitió al joven Nazario conocer no solo el movimiento de las arrias y las carretas, llegar a distintos mercados transportando los frutos de las haciendas y traer de vuelta lo que se vendía en el comercio local, sino también y, sobre todo, “conocer muy bien a los hombres”, siendo al mismo tiempo su compañero de aventuras y pesares.
Un arriero, apuntan Arias y Peñaloza, “debía vigilar los animales y las cargas, saber dónde se encontraban las aguadas y los campos de pastaje, a más “vivir” el camino y sus atajos”. De paso, “al ser conductor y comerciante conocía perfectamente el estado económico de los mercados”, socializando con sus paisanos a lo largo de la marcha en cada fogón que se instalaba en el camino – “similar a la pulpería pueblerina”-, convirtiéndose de alguna manera también en el periódico andante de la época que, aparte de ganado o frutos de la tierra, transportaba noticias.
“Con el correr del tiempo, los arrieros conocían palmo a palmo el país, a sus habitantes y costumbres, al igual que la economía”. “En esa escuela -completan los dos historiadores citados- se formó Benavides lo mismo que Facundo Quiroga”.
Precisamente fue Facundo Quiroga -al frente de la guerra contra los unitarios- quien convocó a Nazario en su carácter de arriero, para que como experto lo condujera en los caminos que iba a recorrer con su ejército en la travesía de San Juan a Tucumán para enfrentar al general Lamadrid, cabeza del Ejército adversario.
Cuando el prestigio del joven Benavides comenzaba a formarse “antes de que él mismo se diera cuenta, y cuando recién se iba dando a conocer”, dicen los historiadores mencionados, “un rasgo inesperado lo exhibió de pronto bajo otro aspecto: el hombre de armas”.

La escuela militar
Según el relato de los historiadores, “no pudiendo resistir a los impulsos de sus sentimientos”, al ver caer herido a un soldado en plena batalla del Rincón (8 de julio de 1827, en el límite entre Catamarca y Tucumán), Nazario “recoge la lanza y el sable de aquel y se precipita con los demás sobre el adversario, lanceando y acuchillando a cuantos se oponen a su paso”. Ese verdadero acto de valentía y heroísmo, conocido por sus superiores, le valió el grado de teniente primero seguido del ascenso a capitán por la “difícil y peligrosa comisión desempeñada en el camino que conducía de Tucumán a Salta”, tal cual rezaba el documento que lo reconoció.
De esa guerra civil surgieron muchos militares provincianos que, por su edad seguramente, no habían participado como otros en la lucha contra los ingleses en 1806 y 1807 o en la guerra de la Independencia, pero asumieron una patriótica conducta al defender a sus pueblos y a su patria frente a sus enemigos externos o locales que los martirizaban con sus acciones o con sus políticas anti provincianas, antinacionales y antipopulares.
Ya teniente coronel, Nazario Benavides formó parte, junto al coronel Juan Martín Yanzón y el comandante Hilario Martínez, de la plana mayor de la campaña al desierto -programada en 1832 por los gobiernos coaligados de Mendoza y San Juan en concordancia con el de Juan Manuel de Rosas-, a cuyo frente se encontraba como director de la guerra el mismísimo brigadier general Juan Facundo Quiroga.
No dejemos pasar este momento para decir que nuestra provincia no tenía fronteras con los indios y aún así participó de esa campaña nacional, precisamente por eso: porque aquella campaña respondía a una estrategia nacional sentida por todas las provincias argentinas. De ese modo, después de una destacada actuación, Benavides junto a Yanzón -los dos serían luego gobernadores de San Juan- vencieron en batalla al cacique Yanquetruz.
Ya como General, Benavides participaría de todas las luchas entre unitarios y federales, del lado federal provinciano, incluso cuando le retaceó su apoyo a Rosas y se lo otorgó al general Justo José de Urquiza (primer presidente de la Confederación Argentina), al definirse la situación institucional pendiente.
Cultivador de la tierra y pastor de ganados, arriero -y como tal cultivador de múltiples relaciones humanas y sociales-, militar provinciano de la guerra civil, y finalmente gran estadista, a partir de su primer mandato como gobernador en 1836 hasta su asesinato en 1858, como dice Nicanor Larraín, Nazario Benavides fue “el paño de lágrimas” del pueblo sanjuanino.

Imagen de portada: Wikipedia