La caída de De la Roza y los métodos educacionales de Rivadavia

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El 9 de enero de 1820, una sublevación a cargo del Batallón N° 1 de Cazadores, al mando del capitán Mariano Mendizábal, depuso al Dr. José Ignacio De la Roza (desterrado de por vida) y produjo la declaración de San Juan como provincia autónoma, ya no parte de la Provincia de Cuyo que había gobernado el general San Martín hasta su partida con el Ejército de los Andes a Chile.

Por Elio Noé Salcedo

Si para unos, el movimiento del 1° de Cazadores de los Andes fue un hecho auspicioso -aparte de la autonomía, que es otra discusión-, para otros, como los historiadores Héctor Arias y Carmen Peñaloza, “el pronunciamiento del 9 de enero tuvo como primer objetivo apartar a San Juan de la influencia sanmartiniana, por eso los documentos justificativos tanto del Cabildo como de Mendizábal ante el Director Supremo”, el general José Rondeau.
Una de las claves de ese suceso la proporciona el hecho de que el Director Supremo, que a esa altura de los acontecimientos tenía los días contados, terminó dándole la razón a los “revolucionarios” sanjuaninos, casi al mismo tiempo que las fuerzas federales provincianas, acaudilladas por el santafesino Estanislao López y el entrerriano Francisco Ramírez, derrotaban y desalojaban al Directorio exclusivista y porteño en los campos de Cepeda.
Para Arias y Peñaloza, las fuerzas que chocaron en Cepeda el 1° de febrero de 1820, “no fueron solamente fuerzas armadas, sino dos mundos contrapuestos que surgieron en los mismos albores de la Revolución de Mayo, irreductibles ellos y con proyección de futuro”, tanto que ese conflicto de fondo se mantiene vigente hasta nuestros días.
En esa nueva era -después de la victoria federal contra el Directorio-, opuestamente a lo que sucedió en Córdoba, Santa Fe y otras provincias, en San Juan se encumbró la figura de Salvador María del Carril, más cerca de Buenos Aires y del liberalismo unitario, representado por Bernardino Rivadavia, que del federalismo autonómico y provinciano que se opuso a ambos.

La educación entre 1820 y 1827
Por supuesto, la crisis se trasladó a la educación, y la enseñanza sufrió en el período 1820 – 1827 muchos vaivenes políticos. “En el transcurso de los años 1820, 1821 y gran parte de 1822 -aseguran Arias y Peñaloza-, los gobiernos que se sucedieron no se preocuparon mayormente de la enseñanza, y apenas en forma irregular se abonaban los sueldos”.
En el gobierno del Dr. Salvador María del Carril (1823 – 1825) se implantó un nuevo sistema de enseñanza, el denominado “Lancasteriano”, método que fue “muy resistido”, pues “la tradición era muy fuerte y terminó por desplazarlo del ambiente” (Arias y Peñaloza).
Para 1823, la escuela de Jáchal se había quedado sin maestro, y don José E. Quiroga urgía a las autoridades provinciales a resolver el problema, al no contarse en la localidad con un candidato apto para proponer. El pedido se vio cumplido recién dos años después, y el 1° de octubre de 1825 se hizo cargo de la escuela el maestro de primeras letras don Benicio Quiroga. El establecimiento llegó a contar con 51 alumnos, aunque “el edificio dejaba mucho que desear y el maestro vio pasar los meses y los años sin cobrar”. Por su parte, los hermanos Rodríguez (Fermín, José y Roque), debido a los acontecimientos políticos que desalojaron por un tiempo de la gobernación a Del Carril, una vez repuesto éste, hubieron de dejar San Juan y la Escuela de la Patria debió cerrar sus puertas por un tiempo.
El año 1826 se caracterizó por el avance del poder central -más bien centralista y unitario- que la provincia de San Juan aceptó, “convirtiendo su autonomía en algo ilusorio”, como bien dicen los historiadores citados, al contrario de otras que lo rechazaron lisa y llanamente. Estaba en curso la política rivadaviana.

Los resultados educativos de Rivadavia
Cuenta Sarmiento en sus Recuerdos: “Don Bernardino Rivadavia, aquel cultivador de tan mala mano, y cuyas bien escogidas plantas debían ser pisoteadas por los caballos de Quiroga, López, Rosas y todos los jefes de la rección bárbara, pidió a cada provincia seis jóvenes de conocidos talentos para ser educados por cuenta de la Nación”. Asimismo, “a fin de que concluidos sus estudios volviesen a sus respectivas ciudades a ejercer las profesiones científicas y dar lustre a la patria, pedíase que fuesen de familias decentes, aunque pobres”.
Veamos cómo terminaría el experimento de quien pretendía erigirse en presidente y promulgar una Constitución unitaria con la resistencia y el rechazo de la mayoría de las provincias argentinas.
La suerte no ayudó al joven Sarmiento, que cumplía perfectamente con los requisitos para ser becado pues, aunque estaba en la lista de postulados, no salió sorteado. Quizá, de haber sido seleccionado para estudiar en Buenos Aires, el hijo de Paula Albarracín se habría desilusionado de la ciudad que él idealizaba y que conocía solo a través de comentarios o lecturas, como le ocurrió al conocer Europa, tal como cuenta en sus Viajes, después de visitar el Viejo Continente.
En el sorteo, continúa Sarmiento, “cayóle la suerte a Antonio Aberastain”, que en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires aprendió inglés, francés, italiano y portugués, matemáticas y derecho”, materias de no mucha utilidad práctica inmediata en San Juan, salvo matemáticas y derecho, y el portugués que podía ayudar a nuestra relación con Brasil en vista a la construcción de aquella federación proyectada por Simón Bolívar. “Hombre alguno -anota Sarmiento con relación a Aberastain, dándonos la clave de cómo funciona también la colonización pedagógica- ha dejado más hondas huellas en mi corazón de respeto y aprecio”.
Otro de los agraciados con la beca de Rivadavia fue don Saturnino Salas, quien resultó un gran matemático. El tercer becado fue el doctor Indalecio Cortínez, quien “refresca hasta hoy sus conocimientos teniéndose por las revistas a que está suscripto al corriente de los progresos que la ciencia hace en Europa”, comenta Sarmiento. Los otros tres becados fueron don Fidel Torres, “que no ha vuelto a su país”, don Pedro Lima, “que murió”, y don Eufemio Sánchez, “que profesa la medicina en Buenos Aires”. Lo único que queda claro -lamenta Sarmiento, y lamentamos nosotros- es que “ninguno de los seis jóvenes educados por don Bernardino Rivadavia -así actuaba el exclusivismo porteño- ha permanecido en San Juan, privándose esta provincia de recoger el fruto de aquella medida que por sí bastaría – ¿bastaba? – para hacer perdonar a aquel gobierno muchas de sus faltas”.
De todo ello resultaba que los muchachos que eran becados, aprendían idiomas que no iban a practicar en su provincia, donde todavía había muchas y muchos jóvenes que no sabían leer y escribir el propio idioma; por otro lado, los que aprendían aquellas profesiones que la provincia necesitaba, no volvían a ejercerla en ella.; y en última instancia, -en aquel régimen de libertad individual y desarrollo solo para algunos-, nadie cumplía con la fórmula establecida de “volver a sus respectivas ciudades a ejercer las profesiones científicas y dar lustre a la patria”, sino que se quedaban en Buenos Aires sirviendo desde lejos de “modelos ideales” que “dejaban hondas huellas” en otros jóvenes de provincia que, como el joven Sarmiento, se quedaban esperando en vano los resultados positivos de aquella experiencia.
El ejemplo de los becarios de Rivadavia no podía ser más malo para un país y una conciencia nacional en construcción.
Buenos Aires no solo retenía con exclusividad las rentas del Puerto y la Aduana de la ciudad cosmopolita, sino que también se quedaba con los mejores hijos del país para modelarlos a su antojo y hacerlos aparecer más tarde como paradigmas de la “civilización», en la que solo Buenos Aires tenía un desarrollo exponencial, mientras las provincias aprendían a sumar y multiplicar los números de sus deudas y necesidades.

Imagen de portada: Wikipedia