La Patria como escuela y la “Escuela de la Patria”

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En una época signada por los cambios de vida y condición nacional, la tarea educacional de quien fuera llamado “Promotor del Progreso Sanjuanino” (1815 – 1820) se sobrepone a todas las dificultades y asegura la educación en suelo provincial.

Por Elio Noé Salcedo

José Ignacio de la Roza fue el insigne fundador de la “Escuela de la Patria” en San Juan, lugar donde los niños de esa generación, sin distinción de clases -con la asistencia de unos trecientos niños, entre ellos nuestro comprovinciano Domingo Faustino Sarmiento-, aprendieron a leer y escribir, a sumar, restar, dividir y multiplicar; aunque ese aprendizaje, por sí solo, a veces no resulte, al final, suficiente para darle “brillo a la Patria”. Esa es la razón de que el contenido de la enseñanza –requisito que se perdiera allá lejos y hace tiempo- deba tener un sentido y un ideal conforme a la idiosincrasia y espíritu de los pueblos y de sus necesidades nacionales. No obstante, como bien dicen los historiadores Héctor Arias y Carmen Peñaloza, a pesar de todas las limitaciones e inconvenientes de la época, “la escuela cumplió con su fin inmediato”, ya que “se propuso enseñar y enseñó”.
Es significativa la anécdota que nos cuenta el Prof. Daniel Augusto Arias –historiador-, sobre Manuel Belgrano (relacionada con el tema que nos ocupa), que nos sirve de ejemplo sobre los alcances extracurriculares y extra institucionales de la educación e instrucción pública, si tenemos en cuenta la importancia del conocimiento de las matemáticas para contrarrestar el poder y la economía dependientes, tal cual se conformó nuestro país a pesar de su independencia política en los años de gobierno del gran estadista sanjuanino.
Dado que Manuel Belgrano había estudiado Derecho en Salamanca, España, y había desistido de seguir el doctorado -refiere el profesor Arias-, “la Corte lo nombró entonces –seguramente por sus altas cualidades profesionales- a cargo del Consulado de Buenos Aires (1807), institución dedicada al fomento de la industria, la agricultura y el comercio, para cuyo propósito el Consulado tenía a su cargo una serie de Cátedras, desde donde se impartía el conocimiento de los diversos rubros”. Sin embargo, y no casualmente, “a Belgrano le suprimieron la Cátedra de Matemáticas, pues siendo él criollo, y teniendo en cuenta los recientes levantamientos comuneros, existía el peligro para los españoles de que los hijos del país pudieren adquirir conocimientos matemáticos (de cálculos) para utilizarlos contra España en el manejo de la balística, particularmente en los barcos artillados”. Detrás de la educación, en uno u otro caso, estaban presentes los intereses nacionales.
A Manuel Belgrano corresponde aquel pensamiento que ilumina nuestra Educación desde 1810, aunque muchas veces se lo quiera tapar con las manos: “El maestro debe inspirar a sus alumnos un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más calidad lo americano a la de extranjero”.
A propósito de los conocimientos adquiridos sobre educación, el mismo Sarmiento admite como decisiva la visión que sobre ella le transmitiera Manuel Belgrano, acuñada tanto en las “Memorias” como en los “Escritos Económicos” del héroe de nuestra Independencia.

La educación en tiempos de De la Roza
“El gobierno de San Juan –relata Sarmiento en “Recuerdos de Provincia”- hizo venir en 1816 de Buenos Aires unos sujetos dignos por su instrucción y moralidad de ser maestros en Prusia”. Eso decía Sarmiento, que había asistido nueve años a la Escuela de la Patria (desde los cinco a los 14 años de edad) y para quien los Seminarios de Prusia eran “el pináculo de la humilde profesión de maestros”.
En efecto, el 22 de abril de 1816 tomó posesión de aquella escuela pública el Preceptor don Ignacio Fermín Rodríguez, quien tuvo a sus dos hermanos por ayudantes: José y Roque. La escuela ocupaba un amplio local de tres salones frente a la Plaza de Armas, que presentaban una decoración desusada para la época. “La enseñanza –según detallan Héctor Arias y Carmen Peñaloza-, estaba dividida en tres cursos: en el primero, los alumnos principiantes aprendían los rudimentos de la lectura y escritura; en el segundo se agregaba doctrina cristiana y nociones de aritmética y gramática; y en el tercero y último curso ingresaban los niños previo examen de los otros dos anteriores, para aprender gramática, ortografía, aritmética comercial, álgebra hasta ecuaciones del segundo grado, historia sagrada y doctrina cristiana”. A su vez, los alumnos que egresaban de la Escuela de la Patria debían rendir un examen oral, que se convertía en espectáculo público al que concurrían las autoridades y los vecinos, sirviéndoles de marco el pórtico de la Iglesia Matriz.
Del año 1816 es también el Reglamento dictado por el Cabildo a la Junta Protectora de las Escuela, con el fin de que dicha Junta pudiere ejercer su cometido de vigilancia sobre los establecimientos educacionales del territorio sanjuanino. Otra escuela de la época era sostenida por los donativos de don Pedro Laval y su maestro fue Francisco de Salas Pérez. La tradición afirma que hubo también una escuela mixta, fundada por doña Carmen Fernández, por lo que la enseñanza femenina tampoco quedó afuera del plan gubernamental.
Asimismo, una vieja aspiración sanjuanina –afirman Arias y Peñaloza- era la de poseer cursos de enseñanza superior (Aula de Filosofía). Es por eso que el Dr. De la Roza aceptó de inmediato el ofrecimiento de Fray Marcos Noguera, quien elevó un plan de estudios de lo que se proponía enseñar. El predicador tucumano propiciaba “abrir una cátedra pública de latinidad, filosofía y demás ciencias…”, que el Síndico Procurador respaldó, al acotar la importancia de “enseñar e ilustrar a la juventud en materias que son la verdadera base de la educación de una generación producida en la época feliz de la independencia de su país”.
En 1818, Fray Benito Gómez, hombre de reconocida ilustración, que se encontraba en nuestro suelo desterrado de Chile, se hizo cargo de un lugar en la enseñanza, por lo que San Juan pudo tener su Aula de Matemáticas. Igualmente, se le otorgó autorización a don Pedro José de Echegaray para que dictara la cátedra de Gramática. Por su parte, el Congreso Nacional determinó aplicar (1816 – 1820) “el producto de las herencias transversales a la educación, haciendo intervenir a los Cabildos”. A partir de entonces se contó con esos fondos para “atender regularmente el mantenimiento de las escuelas”.
Así, durante los años de José Ignacio de la Roza, San Juan tuvo enseñanza primaria, femenina y superior, al tiempo que progresó en todos los sentidos. Por eso, la expulsión violenta en 1820 del notable estadista sanjuanino, como lo había sido años atrás la expulsión de los Jesuitas (1767), resultó para nuestra provincia el abandono de esas dos grandes obras civilizadoras. La educación y la provincia -ya autónoma desde 1820-, tardarían en recuperarse.

Imagen de portada: https://changomovil.net