Otra América Latina es posible

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A la luz de una serie de sucesos en toda América Latina, cabe reflexionar sobre los nuevos tiempos y oportunidades que ellos deparan a un continente a mitad de camino de sus grandes posibilidades.

Por Elio Noé Salcedo*

Corrían buenos vientos para América Latina, y el 8 de diciembre de 2004 se fundaba en Cusco, Perú, un nuevo bloque político y económico en el concierto de las naciones del mundo: la Comunidad Suramericana de Naciones, antecedente inmediato de la Unión de Naciones Suramericanas o UNASUR.

El 16 y 17 de abril  de 2007 se llevaba a cabo en la Isla Margarita, Venezuela, la Primera Cumbre Energética Suramericana, y el 9 de diciembre de ese mismo año, Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Venezuela y Uruguay se reunían para fundar el Banco del Sur. En 2008 los países suramericanos constituirían la UNASUR.

La potencia de Nuestra América

Según el informe del Director General del Observatorio de la Energía, la Tecnología y la Infraestructura para el Desarrollo (OETEC), Federico Bernal, en 2007, la Comunidad Suramericana de Naciones estaba en condiciones de convertirse en la sexta potencia económica mundial (superada solo por Estados Unidos, Unión Europea, China, Japón e India), con el doble territorio que los Estados Unidos, un 6% de la población mundial e ingentes recursos materiales estratégicos en su haber.

En materia petrolera, hecha la cuantificación y certificación de la Faja de Orinoco en Venezuela, en 2009 se la estimaba una de las reservas de hidrocarburos más grandes del mundo, equivalente al 43% de las reservas totales de Medio Oriente (se entiende así el por qué del acoso político y económico a Venezuela por parte de terceros). A nivel de producción, la reserva latinoamericana se ubicaba en tercer lugar.

En cuanto al gas natural, sumados los depósitos probados de Venezuela, Argentina y Bolivia, por aquellos años se estimaba estar en presencia de la sexta reserva mundial, desplazando a Estados Unidos a la séptima posición (según la OPEP).

La gran mayoría de los acuerdos bilaterales suscriptos en aquella cumbre de la Isla Margarita, a la par de imponer un giro de 180 grados al proceso de integración energética latinoamericana, presentaban un denominador común: la complementariedad energética, comercial, cultural, técnica e industrial al servicio de los intereses socioeconómicos de cada país comprometido y del propio bloque de poder que comenzaba a nacer.

Gracias al aporte de Venezuela, el bloque tenía un miembro fundador en la Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP); con Venezuela y Bolivia, dos integrantes en el recientemente formalizado “Cartel del Gas” (70% de las reservas mundiales de este recurso); con la Argentina, Bolivia y Venezuela, el bloque contaba con un prototipo interesante de cartel gasífero local en la Organización de Países Productores y Exportadores de Gas de Suramérica; y finalmente, en el área de los biocombustibles, y gracias a Brasil, la CNS consiguió colocarse en el promisorio Foro Internacional de Biocombustibles.

En cuanto a la provisión y generación hidrocarburífera, la Comunidad Suramericana de Naciones aventajaba a otros bloques regionales y potencias mundiales, tanto que no dependía de zonas alejadas o inestables, como es el caso del 75% de las importaciones de crudo chino que dependen de Medio Oriente, la zona más inestable del planeta; o de países cultural o históricamente foráneos, con los cuales se tuviera algún conflicto histórico insuperable, como es el caso de la Unión Europea, cuyo 25% de importaciones gasíferas provienen de Rusia, país eternamente criticado por la intelectualidad europea.

Por su parte, es sabido que la seguridad energética de Estados Unidos y su sed de combustibles fósiles depende de un “tributo en sangre cada vez mayor” (“Sangre y Petróleo”, de Michael T. Klare), si reparamos en guerras e invasiones a las que el imperio del Norte viene recurriendo para satisfacer su demanda de combustible.

Si juntamos las reservas de petróleo de Irak e Irán, primera y segunda en orden de importancia, podemos entender el panorama geo económico y político mundial.

El Banco del Sur

Fue Evo Morales, uno de los seis presidentes firmantes de aquel acuerdo y el único sobreviviente de aquella cumbre, quien subrayaba la importancia del Banco del Sur para su país y para los demás países de Suramérica: “No solo nos dará acceso a un financiamiento que otros nos niegan –diría-. Aportará al desarrollo social de nuestros países. El banco será fundamental para realizar las iniciativas de integración física regional. Y nos permitirá superar las limitaciones de acceso al crédito que nos imponen otros bancos multilaterales” (FMI mediante).

Ante una nueva oportunidad que la historia nos brinda a los latinoamericanos, coincidimos con Bernal, desde Puerto Rico y Haití a Ecuador, Perú, Chile y Argentina, el gran desafío de los latinoamericanos radica en “pensarse y actuar como unidad geopolítica, económica, cultural y también militar”, pues la seguridad política, económica, social, financiera y energética de cada país está estrechamente ligada, y debe estar literalmente “interconectada” con el destino de toda la Comunidad Latinoamericana de Naciones, destino del cual dependen 400 millones de personas y las generaciones venideras.

En ese sentido, el normal desenvolvimiento económico del bloque suramericano en principio, y latinoamericano y del Caribe después, se concretará solo si la economía, las finanzas, la energía, la defensa, las comunicaciones, lo educativo y lo social, no es ya considerada por separado una cuestión de Estado sino una cuestión inter-estatal de la toda nuestra Comunidad de Naciones. A esta altura de los tiempos, y siguiendo el mandato de nuestros Libertadores, que siempre la concibieran unida, para nosotros, lo nacional no puede ser sino la totalidad de nuestra Patria Grande.

* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.


Imagen de portada: Fuente https://www.alainet.org/es/articulo/194075