La milicia en la sociedad criolla

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Las dos Argentina a las que aludía Alberdi también tienen su expresión a nivel militar. Una apretada síntesis de una historia que involucra el destino de la Argentina actual.

 

Por Elio Noé Salcedo

Las invasiones inglesas primero, la contrarrevolución realista después de la Revolución de Mayo -que obligó a abogados como Manuel Belgrano, Alejandro Heredia (luego gobernador y caudillo de Tucumán) o Tomás Baylón de Allende (Salteño) a erigirse en generales y a los criollos en soldados-; la guerra de la Independencia, conducida por el general San Martín en Cuyo (base de la organización del Ejército de los Andes y de la “guerra de zapa”), Chile y Perú, y por Artigas en el Litoral y la Banda Oriental; así como las luchas civiles entre porteños y provincianos –que ilustra cabalmente el origen y las características de “los dos ejércitos” (1)-, constituyeron los embriones no regulares y presuntamente improvisados de organización militar.

En efecto, sostiene el historiador Jorge Abelardo Ramos, “era el antiguo ejército una formación irregular de soldados gauchos, paisanos de lanza, caballo y cuchillo, triple sistema técnico que constituyó la base de la guerra civil, y que desapareció con el rémington, el ferrocarril y la inmigración” (2). No obstante, más allá de los prejuicios anti populares y antinacionales que podrían filtrarse entre las rendijas de esta caracterización, tanto el resultado del rechazo a los ingleses en 1806 y 1807, como el  de la guerra de la Independencia, se encargarían de demostrar fehacientemente que el criollo –con San Martín a la cabeza- era tan eficiente para la paz como para la guerra.

Las vicisitudes internas del país desde la propia Revolución de Mayo, dice el autor de “Historia Política del Ejército Argentino”, “habían impedido la organización sistemática de una enseñanza militar regular”, hasta que Domingo Faustino Sarmiento creara la Escuela de Guerra y Julio Argentino Roca, por medio del general Richieri, echara las bases de “una moderna institución castrense, cuyo origen popular sería toda su heráldica” (3).

El destino militar del criollo

No sería nada extraño que aquel hombre de la tierra que fuera echado de la pampa por la ley de Enfiteusis al comienzo del siglo XIX o exiliado en los fortines como “voluntario” obligado, decidiera seguir a un caudillo provinciano, “jefe rural de gran prestigio, que al asumir la defensa del suelo natal suscitaba la adhesión resuelta de sus habitantes” (4), desde Artigas, Bustos o Facundo,  al Chacho, Felipe Varela o López Jordán.

Hasta 1852, año del acuerdo de San Nicolás y un año antes del juramento de la Constitución de 1853, prácticamente la única provincia argentina que tenía ejército de línea era Buenos Aires, que sea dicho de paso usufructuaba sólo para sí –con Rivadavia, con Rosas y/o con Mitre- las rentas de la Aduana del Puerto de Buenos Aires. Por ello se entiende que, a partir de las pampeanas y porteñas leyes de Enfiteusis y Vagancia y los subsiguientes decretos “de necesidad y urgencia”, el criollo de la pampa más que un “voluntario” que defendía sus propios intereses y los de la tierra de sus padres, fuera un prisionero al arbitrio de los intereses particulares, económicos y políticos de sus patrones porteños.

Tampoco el ejército de Buenos Aires era concebido como tal sino más bien como una Guardia Nacional para disciplinar al gaucho, a las provincias y a la población criolla en general. En efecto, Buenos Aires tenía una concepción policial de la defensa nacional, algo así como la doctrina de la Seguridad Nacional para defenderse de los propios ciudadanos, lo que abona la tesis de la existencia de “dos ejércitos”: uno nacional y popular y otro colonial o antinacional y antipopular a lo largo de nuestra historia. Se entiende así que, en 1854, Buenos Aires le diera la espalda al país y promulgara su propia Constitución, organizándose como Estado independiente, a pesar de que todas las demás provincias se habían dado una Constitución –mala o buena- en Santa Fe.

Como se sabe también, la Batalla de Pavón de 1861, cuya victoria el entrerriano Urquiza le regaló a Mitre a pesar de haberlo derrotado, inauguró además de la Presidencia del vencido (1862-1868), las expediciones punitivas al interior del país para amansar a las provincias que resistían el modelo anti industrial, agro-exportador y librecambista de Mitre, y propiciaban el reclutamiento forzoso del gaucho y “una atmósfera de fraude y de violencia” que Hernández describiría en su obra en verso, obra que, en cuanto más profundizamos sobre ella, más se parece a la obra cumbre de nuestra tragedia nacional. El clímax de aquella política antinacional y anti popular sería la guerra de la Triple Alianza contra la hermana república del Paraguay (1864 – 1870), que de paso dejaría desguarnecida a la frontera Sur, o sea, a la mitad del país.

El nacimiento de un nuevo ejército

Siguiendo la tesis de “los dos ejércitos”, Arturo Jauretche sostiene en “Ejército y Política” que “en los esteros del Paraguay comenzó a surgir un nuevo ejército”, ya que allí “se hundió la conducción mitrista del ejército, con la estrategia y la táctica de las guerras policiales y primitivas de los generales brasileristas uruguayos”, “sólo expertos en degollar gauchos desarmados” en un ejército “solo hábil para las operaciones policiales de exterminio” (5). En aquella sangrienta experiencia contra un Estado hermano, “se aprendió de nuevo la ciencia de la guerra y un nuevo ejército comenzó a surgir sobre las ruinas” (6). Como dice Jauretche, “la esterilidad del sacrificio y la convicción de haber servido a una política extranjera en perjuicio de lo nacional se hizo carne en los nuevos jefes” y se restauró el sentido nacional de la milicia (7).

Ese ejército, como testimonia el propio comandante Prado en sus memorias (1907), fue el destino de muchos argentinos que hicieron patria, en la que “el regimiento era su familia, su oficio era pelear; su destino, sufrir”; aunque por otra parte, “¿adónde iba a ir… que más valiese?” (8).

De ese nuevo ejército, en 1868 surgió el apoyo al provinciano Sarmiento para la presidencia, en contra del candidato porteño y mitrista; ese nuevo ejército derrotó al “ejército de facción de Mitre” en la revolución de 1874, e impuso la presidencia del tucumano Avellaneda, resistida por Buenos Aires; y con el provinciano Roca venció en la revolución de junio de 1880 a la oligarquía porteña (que pretendía quedarse con la ciudad y las rentas de Buenos Aires sólo para sí), federalizando la ciudad rebelde, convirtiéndola en Capital de la República e imponiendo “un concepto de unidad del país frente a la hegemonía porteña” (9). De no haber sido así, es muy posible que Buenos Aires, tarde o temprano, habría plasmado su idea de secesión (coincidente con esa otra idea implícita de que sobra la mitad de los argentinos).

Es de esa arremetida nacional y provinciana –más allá de sus contradicciones- que nace la Argentina moderna, en la que se irán turnando los gobiernos nacionales y populares y los gobiernos antipatrióticos y anti populares. Del mismo modo se expresarán alternativa y opuestamente las dos corrientes del ejército argentino (10).

En el siglo XX, integran, entre otros, esa corriente del ejército argentino relacionada con el desarrollo productivo y el bienestar de la sociedad: el general Enrique Mosconi y el general Alonso Baldrich, impulsores de nuestro desarrollo petrolero soberano; el general Manuel Savio, propulsor de la industria siderúrgica desde la Dirección de Fabricaciones Militares y de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA); el brigadier Juan Ignacio San Martín impulsor de la Córdoba industrial (como Gobernador de Córdoba) y creador de Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME) (como ministro de Aeronáutica durante la presidencia del general Perón); el coronel Luis Vicat, defensor de la minería nacional y de la industria pesada; el almirante Castro Madero, impulsor de la energía atómica; el general Juan Enrique Guglialmeli, industrialista especializado en geopolítica nacional; el general Hernán Pujato, mentor y pionero de la conquista de la Antártida Argentina; y el propio general Juan Perón, cuya labor gubernamental estuvo principalmente orientada a nacionalizar la economía e industrializar el país a través de la estatización de los servicios públicos más importantes, el manejo del comercio exterior (IAPI) y la nacionalización de los ferrocarriles, entre numerosas medidas en esa dirección, impulsando a la vez la integración con Chile y Brasil (ABC) para lograr mayor fortaleza y autonomía ante los poderosos del orbe.

* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.

(1) Ramos, J. A. (1959). Historia Política del Ejército Argentino. Buenos Aires: Editorial Peña Lillo; (2) Ramos, J. A. (2006). Del Patriciado a la Oligarquía. Dirección de Publicaciones del Senado de la Nación; (3) Ídem anterior; (4) Ramos, J. A. (2006). Las masas y las lanzas. Buenos Aires: Dirección de Publicaciones del Senado de la Nación; (5) Jauretche, A. (2008). Ejército y Política. Buenos Aires: Corregidor; (6) Ídem; (7) Ídem; (8) Comandante Prado (1960). La guerra al malón. Buenos Aires: EDUDEBA, pág. 25;  (9) Jauretche, Ob. Cit.; (10).


Fuente de la imagen: http://elheraldo15.medios.com.ar/noticia/1854/las-milicias-y-la-organizacion-politica-el-jefe-politico-departamental