El último drama social de la Argentina criolla

Comparte

La vida en los fortines -en la “frontera” de la Argentina criolla y el “desierto”- resultó un castigo  para el gaucho, tal como lo denuncia José Hernández en su poema inmortal y en su actividad periodística.

 

Por Elio Noé Salcedo*

En la Argentina criolla de Hernández y Martín Fierro, la víctima principal del drama social que deparaba la lucha contra el indio en la frontera era sin duda el gaucho. Así lo refleja su principal protagonista:

He servido en la frontera, /en un cuerpo de milicias; / no por razón de justicia, / como sirve cualesquiera. / Y sufrí en aquel infierno / esa dura penitencia / por una malaquerencia / de un oficial subalterno. / Siempre el mesmo trabajar, / siempre el mesmo sacrificio, / es siempre el mesmo servicio, / y el mesmo nunca pagar. / Siempre cubiertos de harapos, / siempre desnudos y pobres; / nunca le pagan un cobre / ni le dan jamás un trapo. / Sin sueldo y sin uniforme / lo pasa uno aunque sucumba; / conformesé con la tumba / y si no… no se conforme… / Hasta que tanto aguantar / el rigor con que lo tratan, / o se resierta o lo matan, / o lo largan sin pagar. / De ese modo es el pastel, / porque el gaucho…, ya es un hecho, / no tiene ningún derecho… (1).

En su interés y accionar de Patria Chica, el “servicio de frontera” –que Buenos Aires mantenía sin resolver de acuerdo a esos intereses- era una de las obligaciones “voluntarias” a que era sometido el gaucho, para después abandonarlo a su suerte:

Yo no tenía camisa / ni cosa que se parezca; / mis trapos sólo pa yesca / me podían servir al fin… / No hay plaga como un fortín / para que el hombre padezca.

El 25 de agosto de 1869, “El Río de la Plata” –dirigido por Hernández- afirmaba rotundamente que “el servicio de frontera era inconstitucional, arbitrario e injusto, debiendo suplirse a la Guardia Nacional por tropas de línea, de enganche voluntario y no forzoso” (3).

Al mismo tiempo, la Guerra de la Triple Alianza (1864 -1870), que requería cada vez más efectivos militares para la campaña de aniquilación del pueblo paraguayo, había debilitado aún más la defensa de las “fronteras” en la lucha cotidiana contra las invasiones indígenas, solo atenuadas por los numerosos e inconsistentes tratados de paz que se firmaban cada tanto. Si resolver el drama de la “frontera” y de los fortines significaba la liberación del gaucho -como la de un esclavo romano de las galeras-, la solución no sería tan fácil y tardaría casi todo el siglo XIX en resolverse, aunque no vendría de parte de Buenos Aires, siempre ajena a los problemas del interior y de la Argentina toda: una vez más, deberían hacerse cargo los provincianos.

En 1872 el poema denunciaba la condición del gaucho en el servicio de frontera:

¡Lo tratan como a un infiel! / Completan su sacrificio / no dándole ni un papel / que acredite su servicio. / Y ya es tiempo, pienso yo, / de no dar más contingente; / si el Gobierno quiere gente, / que la pague y se acabó… (4).

Dada esta situación, el diario de Hernández propondría con gran valentía y visión política nacional, “que las fronteras sean guarnecidas por soldados colonos, que tengan además de sus armas, los útiles de labranza. Que la organización de las fronteras por medio de tropas de línea sea un principio de colonización” (5).

Se trataba de convertir al gaucho –integrante obligado del ejército de línea porteño y convertido en un paria- en un colono o trabajador rural, y terminar de una vez por todas con el drama de las fronteras para los hijos más vulnerables del país criollo. Por supuesto, esa medida de colonización debía alcanzar a los pueblos indígenas que vivían en “el desierto”, como por entonces se conocía el territorio ubicado al sur de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza, ya que la frontera sur partía por el medio a la Argentina, dejando afuera de su soberanía efectiva a toda la Patagonia (muy  codiciada por potencias extranjeras) y a las Islas Malvinas (ya usurpada por Gran Bretaña), tal la magnitud del problema geopolítico que deparaba además.

Lo cierto es que el gaucho se encontraba -sin remedio- entre dos fuegos: el social,  instituido por la oligarquía mandante, con sus jueces de paz y comandantes, y el del indio de la pampa, que tampoco estaba en condiciones de ofrecer, como contrapartida, un proyecto de país que incluyera a gauchos y criollos en general:

¡Y qué indios ni qué servicio, / si allí no había ni cuartel! / Nos mandaba el coronel / a trabajar en sus chacras, / y dejábamos las vacas / que las llevara el infiel… (6).

Sin hacer todavía un juicio de valor sobre lo que significó aquella guerra, la Campaña del Desierto terminaría con las penurias del gaucho como así también de los milicos criollos y de los habitantes, pequeños productores y ganaderos de la frontera sur y sus familias, pero no con la condición social y las penurias de los hijos del país menos afortunados.

Mientras el indio sufriría el castigo de nuevos mitimaes (Destierro: vieja costumbre practicada ya por los Incas contra los pueblos conquistados), desalojos (como también lo habían hecho los ranqueles con los pampas) y la pérdida de su identidad originaria (como la habían perdido los pampas y ranqueles con la araucanización producida por los conquistadores mapuches venidos tras la cordillera), pasando a formar parte de las clases desposeídas argentinas, por su parte, gauchos y paisanos (7) serían marginados y reemplazados por el inmigrante, permitiendo “ahogar en los pliegues de la industria a la chusma criolla inepta, incivil, ruda, que nos sale al paso a cada instante”. Así lo aseguraba Sarmiento en su conocida condena a los hijos de nuestra tierra (8).

* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.

(1) Hernández, J. (1872). Martín Fierro.

(2) Jauretche, A. (2012). Ejército y Política (Obras Completas, Tomo 9). Buenos Aires: Corregidor, pág. 91.

(3) Mayochi, E. M. (1998). Presencia de José Hernández en el periodismo argentino. Buenos Aires: Academia Nacional de Periodismo, pág. 44.

(4) Hernández, Ob. Cit.

(5) Mayochi, Ob. Cit., pág. 45.

(6) Hernández. Ob. Cit.

(7) La diferencia entre «gaucho»  y «paisano» fue establecida por nuestro primer «sociólogo de campo», Lucio V. Mansilla, en su célebre libro “Una excursión a los indios ranqueles”.

(8) Sarmiento, D. F. (2010). Facundo. Buenos Aires: Colihue.


Fuente de la imagen de portada: http://www.radiocoronelsuarez.com.ar/post/micro-historico-los-origenes-de-coronel-suarez