Joaquín V. González y la revelación de una ley histórica

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En vista a esclarecer distintos fenómenos sociales y culturales de nuestra historia, el autor analiza una de las leyes históricas que siguen teniendo vigencia e influencia en el devenir argentino y de América Latina y el Caribe, a partir de un texto del reconocido académico cordobés Jorge Torres Roggero.

 

Por Elio Noé Salcedo*

En “Joaquín V. González, una nostalgia de infancia y la ley del odio en la historia argentina”, Jorge Torres Roggero revela varios componentes o mecanismos de nuestra contradictoria y sufrida –sino atormentada- alma nacional (1).

Tales componentes o mecanismos asumen una importancia vital, dada la estrecha relación que ellos tienen con la problemática de una identidad tan contradictoria y compleja como nuestra propia sociedad y realidad histórica y “la necesidad de buscar las premisas para una reconciliación del pensamiento argentino consigo mismo” (2), lo que equivale a decir, encontrarnos con nosotros mismos a través de una genuina conciencia nacional.

La primera revelación del texto de Torres Roggero es precisamente la existencia de esa ley histórica que Joaquín V. González** llama “la ley del odio”, “esa ley de nuestra historia que nos impide sentir como un solo corazón y es un “elemento morboso” que trabaja en el fondo del alma nacional desde el primer momento de la Revolución de Mayo” (3). Aclaremos que a lo que alude González “no es más que otra versión de la antiquísima “lucha de clases” y esa “ley del odio” persistirá mientras haya clases antagónicas” (4).

Si para González la “ley del odio” representa una idea de “regresión histórica”, en el juego dialéctico de dicha ley advierte dos factores reaccionarios: 1) Una dualidad categórica entre clases dirigidas y clases directivas; 2) Esa “antinomia completa” hace imposible la “conjunción y asociación de ideas y fuerzas” por la “diferencia de nivel y de planos (5).

En cuanto al primer factor, sin duda podemos aplicarlo a esa dualidad connatural a la lucha de clases concreta en nuestro país y en nuestro continente entre las oligarquías locales y las clases nacionales, por un lado, y entre el imperialismo (en su versión británica o norteamericana) y nuestra Nación, por otro. Con respecto al segundo factor, podríamos decir con Lacolla que resulta la “expresión de una inseguridad profunda” (6) respecto a quiénes somos, lo que equivale a decir a la falta de una verdadera y profunda conciencia nacional respecto a nuestra identidad, a nuestra realidad y a nuestro destino, que sea asumida como propia y como tal por todas las clases nacionales.

En ese sentido, el peronismo, como antes el yrigoyenismo, el autonomismo nacional y provinciano, y desde 1810 a 1880 el federalismo provinciano, expresión política de nuestra identidad y personalidad nacional, de alguna manera ha representado esa “conjunción y asociación de ideas y fuerzas” de todas las clases nacionales mayoritarias, amplio espacio del que solo está excluido –por una cuestión de intereses-, esa clase minoritaria y “no nacional” (en el decir de Jorge Abelardo Ramos), que es la vieja oligarquía portuaria, siempre  extranjerizante y socia de intereses antinacionales -hoy ligada al sistema financiero internacional-, que como “clase directiva” personifica el odio a todo lo nuestro y popular.

El problema es cuando algunos sectores de ese frente nacional, que por sus derechos, intereses, necesidades y ligazón con el desarrollo interno, lo deberían integrar naturalmente, por el contrario, caen presa del odio a otros sectores nacionales y populares. Ese sentimiento (e ideología) que no le es propio sino inoculado por los medios de propaganda del sistema oligárquico es un fenómeno superestructural que refleja en el fondo la lucha de clases al interior de ese frente nacional. Entonces sucede lo que apunta el autor en el texto que comentamos en relación a esos sectores nacionales desnacionalizados: como “a los odiadores no les fue dado analizar ni pensar”, y como “el odio es ciego”, no podrán ver “que en ese odio caen sus propios derechos y beneficios” (7).

Y en ese odio está implícito el “miedo al pueblo” (segunda revelación del texto de  Torres Roggero), pues el “mal que aqueja” a las minorías plutocráticas y sus apéndices cultos desde el inicio mismo de la patria, es el miedo al pueblo, miedo que “ostenta una  manifestación social regresiva: el odio” (8); manifestación que, sin duda, como dice Roberto Ferrero, “es una ley universal de las clases explotadoras” (9).

Cabe una tercera clave a confirmar, que deducimos a partir de las reflexiones del propio autor comentado: esa «ley del odio» lleva implícita, es su manifestación o quizá la raíz de esa otra ley histórica: «la ley de la vergüenza», que no es otra cosa que sentir vergüenza de  nuestra propia historia, del propio pueblo y de nosotros mismos por no «ser otros» (falta de conciencia nacional), sentimiento al que podríamos sumar el de  la inseguridad social del que se siente ajeno al lugar y a las tradiciones de sus connacionales, debido precisamente a su condición de clase “de transición”, sensible a los prejuicios inoculados por la propaganda de los sectores del poder antinacional y antipopular, y, en definitiva, sin conciencia cabal de su lugar en la sociedad.

Sin duda, el odio es un sentimiento, y ese sentimiento es parte de un pensamiento que ha sido conformado como reflejo de nuestra dependencia política, económica y cultural a los imperios de turno. En definitiva, es la colonización cultural y pedagógica, más allá de la “diferencia de niveles y planos” la que nos impide tener esa “conjunción y asociación de ideas (conciencia nacional) y fuerzas (unidad de las clases nacionales contra la oligarquía y el imperialismo, y unidad de América Latina)”, que nos hace falta para realizarnos como Nación.

Pero no se puede construir una patria sin sentimientos patrióticos y altruistas. En eso sí deberíamos imitar a los ingleses, franceses o norteamericanos, cuyo patriotismo/nacionalismo (conciencia nacional) está fuera de duda, pues sienten, piensan y actúan a favor propio. Aunque deberíamos tomar conciencia también de que es nuestra falta de patriotismo/nacionalismo (de conciencia nacional y de “unidad nacional” en los dos sentidos apuntados), lo que nos impide en última instancia realizarnos como Nación, más allá de la existencia opositora y agresiva de ese nacionalismo extranjero (imperialismo), que nos agrede, nos coloniza, nos usurpa y nos domina, precisamente porque estamos desunidos y desconcientizados (despolitizados y desnacionalizados), y, por lo mismo, debilitados.

¿Será que esos sectores ganados mentalmente por su enemigo tienen miedo y vergüenza de ser ellos mismos, y en el fondo se odian por eso y proyectan ese odio y su complejo de inferioridad en sus compatriotas más vulnerables?

Joaquín V. González citaba a Rabindranath Tagore al explicar los fundamentos de la “ley del odio”: “No nos amamos porque no nos comprendemos y no nos comprendemos porque no nos amamos” (10). No es difícil ver en esa falta de amor y comprensión el desconocimiento de nosotros mismos, el desconocimiento de nuestra historia, la falta de memoria histórica y por consiguiente la falta de conciencia nacional, pues “no se puede amar lo que no se conoce”. Aunque eso tampoco sea fácil dada la complejidad de nuestro pasado.

Conocer nuestra historia, y conocernos y aceptarnos tal cual fuimos paridos por la historia (con sus glorias y derrotas), serán los insumos básicos y necesarios para comprender nuestro presente y poder así transformarlo -como genuinos y potenciados integrantes del Nuevo Mundo- en un mundo mejor.

* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.

** Fundador de la Universidad Nacional de La Plata. Autor, entre otras obras literarias de La tradición nacional (1891) y Mis Montañas (1923). Fue gobernador de La Rioja y Diputado Nacional. Siendo ministro del Interior del Gral. Roca, en 1904 requirió los servicios del catalán Juan Bialet Massé con el objetivo de conocer la situación de la clase obrera en la Argentina (“Informe sobre el Estado de las Clases Obreras en la Argentina”), que sirviera de fundamento a la primera Ley Nacional del Trabajo (finalmente no aprobada “por los sospechosos de siempre” en el Congreso de la Nación).

(1) Torres Roggero, J. (Confusa Patria, 2007).  Joaquín V. González, una nostalgia de infancia y la ley del odio en la historia argentina”. Publicado en facebook el 6 de agosto de 2019 en Ensayos, Historia Argentina.

(2) Lacolla, E. (1998). Reflexiones sobre la Identidad Nacional. Córdoba: Ediciones de “Córdoba en América Latina”.

(3) Canal  Feijóo, Bernardo, 1964, “Notas sobre filosofía en la doctrina de González”. En: Amador, Félix de, et al.,  Joaquín V. González, homenaje en su centenario, Buenos Aires, Comisión de Homenaje (Citado por J. Torres Roggero en Ob. Cit.).

(4) Entrevista al historiador y pensador nacional Roberto A. Ferrero.

(5) Torres Roggero, Ob. Cit.

(6) Lacolla, Ob. Cit.

(7) Torres Roggero, Ob. Cit.

(8) Ídem.

(9) Entrevista citada.

(10) Canal Feijóo, Ob. Cit. (Citado por J. Torres Roggero).


Imagen de portada: «Manifestación», Antonio Berni