Monteagudo, el patriota latinoamericano

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El aniversario de la Batalla de Ayacucho que liberó a América definitivamente el 9 de diciembre de 1824, resulta propicio para reivindicar tanto la figura del gran patriota continental como de quien dedicó un importante estudio a su figura.

Por Elio Noé Salcedo*

En “Bernardo Monteagudo y su patria: América Latina”, publicado en mayo de 1984, Antonio Alejandro D’Angelo reivindica uno de los hombres de la historia latinoamericana cuya figura ha sido denigrada con acusaciones de un tenor y bajeza que en todas las épocas, como sostiene el académico mendocino, “han perseguido a todos los que quisieron que fuéramos una sola y gran Nación”.

En verdad, fuera de quienes se han ocupado de Monteagudo para denigrar su persona y luego condenarlo al olvido, muy pocos han comprendido la profunda significación histórico-política en la época más álgida de la revolución hispanoamericana, sostiene D’Angelo.

En la enseñanza oficial de nuestro país, señala su defensor, Monteagudo aparece poco y nada. Y cuando aparece, lo hace sobre la base de estereotipos que nada dicen acerca de su rica personalidad y ocultan, fundamentalmente, su mayor proyección, que es lo que interesa, referida a su inclaudicable lucha por conformar la Gran Confederación Hispanoamericana.

La vida pública de Monteagudo –refiere el profesor D’Angelo-, como él mismo lo dijera, casi presintiendo su asesinato próximo, transcurre entre el 25 de Mayo de 1809 cuando participa de la Revolución de Charcas, y la Batalla de Ayacucho que diera término a la dominación española. Durante esos quince años, los más duros de la etapa revolucionaria, Monteagudo participó, con la mayor energía y decisión, en muchos de los más destacados sucesos de esa gesta y en varios fragmentos de la Gran Patria: Bolivia, Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Panamá, Guatemala, Honduras, Nicaragua.

José Cecilio Del Valle, gran propulsor de la unidad centroamericana citado por D’Angelo, comenta así el plan continental que Monteagudo plasmaría en su “Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los Estados Hispanoamericanos y Plan de su organización” (1823 – 1824): “Su idea madre es la misma que ahora nos ocupa: formar un foco de luz que ilumine a la América, crear un poder que las fuerzas de 14.000.000 de individuos; estrechar las relaciones de los americanos, uniéndolos por el gran lazo de un congreso común, para que aprendan a identificar sus intereses y formen a la vuelta una sola familia”.

Muerto Monteagudo, la idea de la Confederación Americana que había brotado en su poderoso cerebro, se desvirtuó por sí sola.

 

Su actuación pública

En el Perú, donde termina de madurar su gran proyecto americano, “tomó duras medidas contra el poder español, opulento y fuerte en la Lima de los Virreyes… que le han hecho decir a Vedia y Mitre que si Monteagudo hubiera actuado en la Revolución Francesa “no habría sido nunca un girondino, sino un “montagnard”, un “jacobino”.

En poco más de un año la actuación en el Perú, al lado de San Martín –refiere D’Angelo-, como él mismo lo dijera “con el enemigo a las puertas de Lima”, hizo dictar leyes que liberaron a los indios y a los negros de su servidumbre secular. Se mandó “que en adelante se llamen peruanos”.

Como Ministro de Estado y Relaciones Exteriores del Perú había firmado un tratado con el enviado de Bolívar, Joaquín Mosquera, en nombre de Colombia, en el primer gran intento de reunir un Congreso Hispanoamericano, que decía: “…la República de Colombia y el Estado del Perú se unen, ligan y confederan desde ahora para siempre en paz y guerra, para sostener con su influjo y fuerzas marítimas y terrestres en cuanto lo permitan las circunstancias, su independencia de la nación española y de cualquiera otra dominación extranjera y asegurar después de reconocida aquella su prosperidad, la mayor armonía y buena inteligencia, así entre sus pueblos, súbditos y ciudadanos con quienes deban entrar en relaciones. Que habían establecidos clara y expresivamente la ciudadanía hispanoamericana y el libre tránsito y comercio entre los Estados contratantes, fijando protecciones aduaneras y fiscales para sus productos”.

En menos de un año de Administración –agrega el profesor mendocino-, Monteagudo había cumplido todos estos actos políticos, además de impulsar la marina de guerra y la mercante del Perú, necesaria para liberar el comercio y había tomado medidas proteccionistas con relación a los productos americanos, de tal modo que “los efectos importados bajo el pabellón de los Estados independientes de América, fueron privilegiados con la rebaja de un 2% y los del Perú con un 4%”.

Ante la atenta mirada de D’Angelo, uno de sus biógrafos advierte que en sus Memorias, el patriota latinoamericano “se olvidó, entre otras cosas, que a él se debía la primera escuela normal de Sudamérica; las disposiciones para dar una educación nacionalista en forma completa y nueva, en dos planes de enseñanza, ya que el funcionario se adelantó a su tiempo y puso en práctica procedimientos que la pedagogía más tarde ha consagrado. El establecimiento de un Banco Nacional, imperiosa necesidad que se hacía sentir y que si no dio resultado que era de esperarse fue debido a errores de administración o inexperiencia; las leyes que favorecía a los indios y a los negros y otras muchas cosas que realizó en beneficio del país y que no sólo le honraban como celoso servidor de la Nación, sino que ponían de manifiesto su clarividencia y su espíritu previsor”.

Dos días antes de Ayacucho -según muchos historiadores- Monteagudo redactó la circular que Bolívar remitiera a los pueblos de América española reflotando su proyecto de 1822 para reunirse en un Congreso en el Istmo de Panamá, punto geográfico simbólico de unión Americana. Esa esperanza la expresaría en su famoso Ensayo: “El aspecto general de los negocios públicos y la situación respectiva de los independientes –escribirá-, nos hacen esperar que en el año 25 se realizará sin duda la Federación hispanoamericana, bajo los auspicios de una Asamblea, cuya política tendrá como base consolidar los derechos de los pueblos y no los de algunas familias, que desconocen con el tiempo, el origen de los suyos”.

A casi 200 años de esa frustración, digamos con el Dr. Antonio Alejandro D’Angelo que recursos no nos faltan; sí, la decisión política de nuestros pueblos de reunirse en la gran empresa común. Así, demostraremos a las generaciones por venir que patriotas como Bernardo Monteagudo no vivieron en vano.

 

*Elio Noé Salcedo es diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.


Imagen de portada: Foto de la copia restaurada del verdadero retrato de Bernardo de Monteagudo. Autor: V.S. Noroña (1876). Fuente: http://www.lagaceta.com.ar/nota/484045/cultura/rostro-monteagudo-supercheria.html