Las enseñanzas de la historia

Comparte

La relación entre historia y educación, educación e historia, que ha marcado la cultura política e intelectual argentina.

 

Por Elio Noé Salcedo*

Hace 150 años se instituyó la historiografía oficial argentina, no fundada en una mirada que fuera del Interior a la ciudad-puerto (como sucedía hasta su instauración) sino al revés: desde Buenos Aires al Interior (1). Al menos hasta la década del 60 del siglo XIX, el Interior dio batalla física (Confederación Argentina, El Chacho, Felipe Varela) e intelectual (los “Hombres de Paraná”, el segundo Juan Bautista Alberdi, José Hernández).

Con el arribo de Mitre a la presidencia, llegó la persecución a las provincias y a los provincianos (Alberdi debió exiliarse y Hernández se volvió “Martín Fierro”), apareció el fenómeno de la prensa hegemónica, se estableció “la historia oficial”, se fundó el “Partido Judicial” que rige todavía en la Argentina, y con todo ello se instaló en la superestructura del poder semi colonial una cultura oficial pro europea, marcando las condiciones de marginación del pensamiento nacional o propio.

Esa versión oficial de la historia se trasladó a la Escuela Pública una vez que ésta fue fundada en 1884. En su reconocido aunque no tan conocido Informe Educacional de 1909 (“La restauración nacionalista”), Ricardo Rojas cuestionaría fuertemente los contenidos cosmopolitas y no nacionales de dicha escuela.

De esa manera, como apunta Norberto Galasso en “Historia de la Argentina”, “esa historia escolar impuso “las ideas de la clase dominante” (la historia porteña de los vencedores de Pavón), especialmente sobre los sectores medios, aprovechando su falta de historia oral dado su origen inmigratorio” (2), sectores que en definitiva tuvieron acceso a la educación y a la “cultura” a través de la educación media y superior.

Cabe mencionar la cita de C. K. Chesterton que hace Arturo Jauretche en “Los Profetas de Odio y la Yapa (la Colonización Pedagógica)”: “Y los pobres ignorantes se encontraron que tenían mejor cosa que aprender; y se prestaron a ello mucho más que sus compatriotas educados, por lo mismo que no tenían nada que desaprender” (3).

Como señala en “Historia de Córdoba (1810-1880). Luchas políticas, guerras civiles y formación del Estado” el Prof. Alejandro Franchini, que tiene el indudable mérito de haber reescrito la historia desde la propia visión provinciana, “los programas de estudio de la asignatura Historia en el nivel medio se han estructurado habitualmente en base a dos ejes: la Historia “mundial” (fundamentalmente europea) y la Historia argentina. Esta última ha sido desarrollada, en general, desde una visión “porteño céntrica”, en parte porque casi la totalidad de la oferta editorial de libros de texto proviene de Buenos Aires (y las editoriales responden al paradigma pro europeo). Desde esa concepción, las realidades provinciales juegan un papel totalmente aleatorio” (4).

Confirmando lo que dice el Prof. Franchini, y reafirmando que los genes de esa concepción educativa vienen de lejos, el propio Sarmiento confiesa sobre los libros que lo formaron y cuyo despropósito la escuela argentina repetiría lamentablemente: “Fue el primero la Vida de Cicerón por Midleton (anglosajón)… y aquel libro me hizo vivir largo tiempo entre los romanos… El segundo libro fue la vida de Franklin (norteamericano), y libro alguno me ha hecho más bien que éste… Yo me sentía Franklin”. Hemos dado a no dudarlo, dice Leopoldo Lugones en “Historia de Sarmiento”, “con el nacimiento del manantial” (5).

De ese modo, la enseñanza de la historia oficial “con su tendencia enciclopedista y sus habituales caídas en el racismo antilatinoamericano, el aristocratismo, etc., resultaría inexplicable si la escuela oficial se hubiere dedicado a consolidarle una identidad nacional” (6).

En cambio, a contramano del paradigma belgraniano –“espíritu nacional” para el bien público y preferencia por lo americano– el influjo de la historia oficial le dio a la enseñanza “un seudopatriotismo formalista, una identidad nacional de efeméride con discurso sarmientino, bajo el cual precisamente deslizó la concepción antinacional que presidió la política de la oligarquía a partir de su asociación con el capital inglés” (7).

 

La “política de la historia”

Coincidente con el “paradigma democrático” (8) que difunden las potencias imperiales mientras se apoderan de los recursos estratégicos y de los derechos de los pueblos debilitados, ahora las clases dominantes nativas (lo que es ya mucho decir, porque ni en los hechos ni en el pensamiento se reconocen como parte del suelo en el que nacieron), agotado su período de esplendor, impulsan “esa tendencia general de la sociedad argentina hacia la ‘armonía’, por sobre los ‘conflictos’, pues ese aparente empate –el eclepticismo- le sirve tanto para resguardar su pasado como para consolidar su presente” (9).

Tal vez sea bueno comprender a esta altura –como decíamos en “El destino histórico de Martín Fierro”- que durante sus dos siglos de vida, en la Argentina, más allá del ejercicio “institucional” del poder, ejercido por civiles o militares, ha gobernado el modelo “instituido” agroexportador, antinacional y antipopular, y en muy pocas oportunidades lo ha hecho el modelo “instituyente” nacional, popular e industrializador; de allí nuestros retrocesos cíclicos y nuestro atraso estructural (10).

La tendencia aparente a la “armonía” (que sería la herencia del poder instituido), mientras se proclama a los cuatro vientos el reino de “la grieta” (que sería, según la visión oligárquica, la herencia de los gobiernos populares), es una versión agiornada de la “política de la historia” de la que hablaba Jauretche en “Política Nacional y Revisionismo Histórico” (1954), impuesta a través de “la organización de la prensa, de la enseñanza, de la escuela, de la universidad, con una dictadura del pensamiento, esa que señala Alberdi, que hiciera imposible esclarecerla verdad y encontrar en el pasado los rumbos de una política nacional” (11).

Esa “política de la historia” consistía en “impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional (a través de su enseñanza en todos los niveles e instancias de la Educación) que es la base necesaria de toda política de la Nación” (12). De ese modo, “en nombre de la ciencia se prescindió en absoluto de todo método científico de información (heurística) e interpretación (Hermenéutica). Las anteojeras de un supuesto cientificismo impidieron ver otra cosa que los supuestos previos” (13).

Hoy, los centros de poder mundial -a través de los organismos “internacionales” que le responden por izquierda o por derecha (14)-, paga con becas, prestigio e incluso cátedras y grandes auditorios preparados para escuchar a los “cartógrafos” del pensamiento “universal”; pero sólo nuestro propio pueblo realizado, en un país dueño de sí mismo en lo político, económico y cultural, financiará el futuro de nuestros hijos y de las generaciones por venir.

* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.

Notas

(1) A. Franchini (2018). Historia de Córdoba (1810 – 1880). Luchas políticas, guerras civiles y formación del Estado. Prólogo del Dr. Roberto A. Ferrero. Córdoba: Ediciones del Corredor Austral, pág. 8.

(2) N. Galasso ( ). Historia de la Argentina. Buenos Aires: pág. 76.

(3) A. Jauretche (1957). Los Profetas del Odio y la Yapa (La colonización pedagógica). Buenos Aires: A. Peña y Lillo Editores, pág. 23.

(4) Franchini, Ob. Cit., pág. 11.

(5) E. N. Salcedo (2014). Memorias de la Patria Chica. Crónicas de una historia inconclusa (Cita de “Mi Educación” de D. F. Sarmiento y de Historia de Sarmiento de Leopoldo Lugones). San Juan: Editorial Universidad Nacional de San Juan (EFU), pág. 151 y 152.

(6) Galasso, Ob. Cit., pág. 76

(7) ídem.

(8) G. Cangiano (2010). Cartógrafos y caminantes en las ciencias sociales. Ediciones del CEPEN.

(9) Galasso, Ob. Cit., pág. 81.

(10) E. N. Salcedo (2014). El destino histórico de Martín Fierro. Córdoba: Ediciones del CEPEN, pág. 69.

(11) A. Jauretche (1959). Política Nacional y Revisionismo Histórico. Buenos Aires: A. Peña y Lillo SRL, pág. 42.

(12) Ídem, pág. 16.

(13) Ídem, pág. 44.

(14) W. Graziano (2004). Hitler ganó la guerra. Buenos Aires: Editorial Sudamericana S.A., pág. 210.