Una nación con complejos y prejuicios bicentenarios

Comparte

Complejos, prejuicios y falsas antinomias que nos impiden adquirir una identidad como nación, son los temas que desarrolla el autor en esta reflexión.

 

Por Elio Noé Salcedo*

En su libro “Reflexiones sobre la Identidad Nacional”, Enrique Lacolla plantea esta hipótesis sobre nuestra crisis de identidad: somos “una nación con complejos(1), que son a su vez la causa de muchos prejuicios antinacionales y antipopulares.

La Argentina, plantea Lacolla, “se arquitecturó a partir de la derrota de las provincias y de los modos de vida que de alguna manera ellas representaban; y del triunfo de la facción unitaria, es decir, pseudo liberal y autoritaria (porteña o portuaria), por más que con posteridad al momento de su victoria el país se autocompensase como conjunto a través de la capitalización de Buenos Aires” (2), que era una reivindicación provinciana.

El Martín Fierro es la expresión cumbre de esa derrota, “documento histórico sobre una época de transición en que fue sepultado el pueblo-base de nuestra nacionalidad”. Sin ese documento, “tendríamos muy escasas noticias” de esa época y sus consecuencias (3).

A partir de las sucesivas derrotas provincianas desde la Revolución de Mayo, “el molde y la orientación que este molde imprimía a la nación, eran en gran medida los forjados por Buenos Aires y su élite de patricios ilustrados, y reposaba sobre una relación de dependencia con Inglaterra y Europa que no era simplemente económica sino también cultural” (4), producto de lo que los pensadores nacionales reconocerían con el nombre de “colonización pedagógica”.

Fue Sarmiento, ya “porteño en las provincias” y víctima de la colonización cultural (5), quien lo entendía en estos términos: “Los progresos de la civilización se acumulan en Buenos Aires solo, la pampa es un malísimo conductor para llevarla y distribuirla en las provincias”… “el hombre de la campaña, lejos de aspirar a asemejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la Ciudad está bloqueado allí”… “La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis, en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo como el modo de ser de un pueblo” (6).

Como podemos comprobar, esa dependencia cultural “planteaba un espíritu admirativo para todo lo que provenía de esos lares, lo cual en sí mismo estaba muy lejos de ser algo malo; pero que, en este caso, implantaba cierto servilismo intelectual altamente nocivo para la configuración de una personalidad propia”. De esa manera, “lejos de decantar la admiración por Europa en un espíritu que tendiese a emularla en lo que aquella tenía de cultura autosostenida, gestada a través de un diálogo vital con el mundo a partir de su propio centro, nuestro sistema dominante se ceñía a la imitación de los otros” (7), lo que equivalía a una cultura simiesca y por lo tanto prestada y no genuina.

Desde una posición nacional-provinciana, Juan Bautista Alberdi (el segundo Alberdi), criticaría al creador del falso dilema civilización (Europa) o barbarie (Nuestra América)-, poniendo las cosas en su lugar: “Solo el que ve toda la civilización en el frac, en la silla inglesa, en los sombreros redondos puede tomar por bárbara la vida consumida para producir la riqueza rural que hace la grandeza y opulencia del país” (8). Pero para el creador de aquella falsa dicotomía –todavía vigente-, se trataba de “la forma de ser de un pueblo”. Y por ser del pueblo, la rechazaba.

A contramano de aquel pensamiento elitista y cosmopolita, todavía hoy dominante, el pensamiento nacional (heredero de aquellas “formas de vida” y de sus expresiones políticas y culturales: las de los “trece ranchos” contra el “puerto” que no las dejaba civilizarse) “se articuló a partir de esa situación planteada por la revisión del pasado y por la necesidad de resistir un pensamiento oficial y culto que se embarcaba en la vía de un seguimiento servil a Europa” (9).

Tal como decía Alberdi, el pensamiento oficial (porteño, liberal, extranjerizante) se mostraba como “exteriormente progresista”, aunque resultaba profundamente reaccionario y antinacional. No obstante, al ser derrotada la alternativa nacional en nuestros orígenes, primó aquella otra visión del país, aunque sin poder imponerse políticamente nunca, hasta hoy, un sector sobre el otro.

 

Semicolonia y servilismo cultural

Para Arturo Jauretche (10), uno de nuestros grandes pensadores nacionales, el tema de la colonización pedagógica y del servilismo cultural está centrado en sus verdaderos términos en el libro de Jorge Abelardo Ramos, “Crisis y resurrección de la literatura argentina (11):

En las colonias –dice Ramos-, “en la medida en que la colonización pedagógica no se ha realizado, solo predomina el interés económico fundado en la garantía de las armas”.

En cambio, en las semi-colonias, como es el caso de nuestro país y de los países de América Latina y el Caribe, “que gozan de un status político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella “colonización pedagógica” se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material… La cuestión está planteada en la europeización y alienación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento, y del ensayo. Trasciende a todos los dominios del pensamiento y de la creación estética y su expresión es tan general que rechaza la idea de una tendencia efímera… Bajo estas condiciones históricas se formó nuestra elite intelectual” (12).

De hecho, el pensamiento “progresista” del siglo XIX y XX quedó ligado por izquierda y derecha a esa condición semicolonial de nuestros países. Así se produjo la antinomia “libros o alpargatas”, dejando al progresismo sin base popular ni nacional, y a las masas nacionales desconfiadas o indiferentes respecto al progresismo. El frente nacional quedó debilitado y la dicotomía civilización o barbarie –entre otras- fue así de trágica, enfrentando a sectores del mismo frente nacional y permitiendo su derrota política en repetidas oportunidades, negándonos el país que nos merecemos.

 

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.

Notas

(1) E. Lacolla (1998). Reflexiones sobre la Identidad Nacional. Ediciones de “Córdoba en América Latina”, pág. 26.

(2) Ídem

(3) A. Jauretche (1967). El medio pelo en la sociedad argentina. Bs. As. A. Peña Lillo Editor, pág. 4.tendríamos muy escasas noticias.

(4) Lacolla, Ob. Cit., pág. 26.

(5) E. N. Salcedo (1986). Recuerdos de “una provincia ignorante y atrasada”. II Parte: La colonización pedagógica en la educación de Sarmiento. Editorial Sanjuanina. Y en (2014), Memorias de la Patria Chica. Crónicas de una historia inconclusa. 2ª Parte: Exilio y Arraigo de Domingo Faustino Sarmiento. San Juan: EFU.

(6) D. F. Sarmiento (1845). Facundo. Civilización o Barbarie en las pampas argentinas.

(7) E. Lacolla, Ob. Cit., pág. 26.

(8) J. B. Alberdi (1897). Escritos Póstumos. Facundo y su biógrafo. Tomo V. Cap. XXVI, pág. 351.

(9) E. Lacolla. Ob. Cit., pág. 27.

(10) A. Jauretche (1957). Los Profetas del Odio y la yapa. La colonización Pedagógica. A. Peña Lillo Editor SRL.

(11) J. A. Ramos (1954). Crisis y Resurrección de la Literatura Argentina. Buenos Aires: Editorial Indoamérica.

(12) A. Jauretche. Ob. Cit, pág. 144.

 


Imagen de portada: extraída de https://latinta.com.ar