Razón poética de la Reforma

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Una de las razones fundantes de la Reforma fue sin duda el rescate de Nuestra América y de su unidad perdida: de allí su espíritu y su proyección y trascendencia continental.

 

Por Elio Noé Salcedo*

Aparte de la modernización y democratización de la Universidad que la Reforma promovió y concretó, su carácter social, el antiimperialismo y la defensa de la autonomía cultural que sustentó, una de las razones fundantes de la Reforma fue sin duda el rescate de Nuestra América y de su unidad perdida: de allí su espíritu y su proyección y trascendencia continental.

En 2008, el académico cordobés Jorge Torres Roggero escribió “Poética de la Reforma Universitaria”. Entre otros hallazgos, en línea con ese espíritu nacional latinoamericanista de 1918, el autor descubre que “el profetismo europeo (Colón, León Pinelo, Hegel, Byron) no tiene el mismo sentido que el profetismo de Rubén Darío, José E. Rodó, L. Lugones y los jóvenes reformistas de 1918” (1).

En su búsqueda de la razón poética de la Reforma, Torres Roggero valora el genio literario de Domingo Faustino Sarmiento, quien “a pesar de su apego al pensamiento iluminista, deja las huellas de su corazón cuando describe la peculiaridad de América”.

Para Torres Roggero, “ante las escenas de la vida social, de la historia viva, emociona la fuerte pertinencia con que (Sarmiento) traza los rasgos de la cultura criolla tradicional”, cuyos “resortes dramáticos” quedan fuera del “círculo de ideas en que se ha educado el espíritu europeo” (2). Coincidimos con Torres Roggero respecto a la contradicción patente entre el ideólogo europeísta –“porteño en las provincias”- y el escritor criollo (3).

 

Rastreando nuestra propia huella

Rastreador también él, Torres Roggero reivindica como un símbolo la enigmática figura del rastreador descripta literariamente por Sarmiento.

Metáfora del rastreador de nuestra historia y de un pensamiento propio -alejado de las ortodoxias europeas tanto de izquierda como de derecha-, “Calíbar, viejo lector de un ancestral alfabeto escrito fugazmente en los guadales era capaz de ver un rastro ya borrado e imperceptible para otros ojos”. Es el experto en una “ciencia casera y popular”. Puede seguir una huella y distinguirla entre mil: “le basta echar la vista al suelo” (4). Esa metáfora –a pesar del pensamiento contradictorio de quien la escribió-  resulta un mandato para encontrar las huellas de un pensamiento, una filosofía, una historia y una política nacional que nos exprese y represente como latinoamericanos.

En ese sentido, la tarea del “profetismo” latinoamericano es descubrir en la extensión de nuestro territorio y de nuestra historia común, “los rastros borrados, las voces acalladas, los gritos amordazados para que puedan decir todo lo que dicen” (5), pero no de un solo lugar -el de nuestra Patria Chica de residencia- sino del conjunto de lugares que conforman Nuestra América. Tampoco solo de una parte de nuestra historia –la anterior a la llega de Colón, o la de la conquista y la colonia, o tan solo la que los historiadores locales de nuestras no-naciones reivindican como la “historia patria”- sino toda nuestra historia: la de antes de ser América (1507) y la posterior hasta nuestros días. Porque somos lo que somos, a pesar de todo y de cada suceso que ocurrió en nuestro territorio y en nuestra historia. Si no, no seríamos latinoamericanos, fruto de la mestización genética y cultural y de avances y retrocesos a través de miles de años –y sobre todo de los convulsionados últimos 500 años- hasta el presente.

Porque el Nuevo Mundo, como bien dice Torres Roggero, “no es una importación de algunas ideas (como podrían sostener los hispanistas) e instituciones más o menos progresistas” (como sostienen afrancesados, probritánicos o filo norteamericanos), sino en todo caso, “la búsqueda mediante la razón poética… del punto de fusión entre pasado y futuro, del lugar en que dichos términos no son contradictorios”. O sí. Ya que “en el orden histórico, es posible un cruce, un espacio/tiempo –de hecho sucede así-, en que se tornan realizables los anhelos de la Humanidad” (6), un término caro a los reformistas y a quienes “han desarrollado nuevos modelos de percepción de la realidad” (7), y cuyas tramas discursivas se ramifican por toda Nuestra América uniendo el pensamiento nacional al pensamiento social y democrático.

 

De lo individual a lo colectivo; de lo universal a lo nuestro-americano

Por caso, para Gabriel del Mazo -citado por JTR-, “lo Democrático no es en América una opinión intelectual, es un estado del alma, una categoría religiosa. Le es connatural, está en su entraña. Nadie que no sea un profeso de la libertad es un americano. Y todo país, todo hombre que vulnera tal condición, dejaría de pertenecer al nuevo mundo” (8).

Por su parte, Francisco Bilbao –también citado por JTR-, convocando a los pueblos americanos a la Confederación de las Repúblicas, afirma: “Llegando a este grado en la conciencia del destino, nuestra causa llegaría a ser una religión, Americanos, porque sería la iniciativa de una creación moral, la formación de un vínculo divino, para acrecentar el bien de todos y el mejor de todos los bienes, la libertad y la solidaridad del hombre” (9).

Si entendemos la libertad reclamada por Del Mazo como la suma de soberanía política e independencia económica, y la Igualdad y la Justicia Social como esencia de lo democrático, deberíamos admitir, tal como estamos, que nuestros países y nuestras clases dominantes carecen de esa condición reclamada por Del Mazo. Y si concebimos a América como nuestra Patria Grande, cuya Confederación de Repúblicas, como reclamaba Bilbao, constituye en realidad nuestro destino nacional, podremos comprender también por qué nuestra clase dominante, y en particular la oligarquía del Puerto de Buenos Aires, carece de esa condición y concepto de Nación. Como bien dice el autor de “Historia de la Nación Latinoamericana”, es justamente porqueno era (y no es) una clase nacional” (10), sino apenas un socio menor del imperialismo de turno y de sus intereses nacionales, o sea de intereses distintos y generalmente opuestos a los de nuestra Nación.

¿Acaso una de las claves principales para la construcción y desarrollo de las “grandes” naciones, no ha sido su visión nacional y su patriotismo? Pues bien, si carecemos de una visión nacional, que no es sino la extensión de nuestra visión del mundo, a falta de esa visión propia, tendemos a adoptar la visión del mundo de las naciones dominantes; y como la visión del mundo de esos países (que su hegemonía hace aparecer como “universal”) es una extensión de su visión nacional,  terminamos adoptando su visión nacional y no la propia, lo que implica una aberrante y flagrante negación de nosotros mismos. Y sin esa visión nacional, es imposible construir y desarrollar definitivamente una Nación, como lo hicieron en su momento esas naciones (11).

Centrados en nuestra realidad nacional, en respuesta al llamado de Rubén  Darío, “tras la etapa de la razón individual y colectiva”, según sostiene JTR, resulta “inevitable un paso de lo individual a lo universal colectivo”, y “América (Nuestra América) es el lugar de la transformación universal, patria de la razón poética” (12).

Para ello y por ello, en tanto “el mundo en su conjunto no podrá constituir un sistema, sin que a su vez estén integrados los países en procesos paralelos” (13), nuestro más importante desafío –como lo sabían, sin poder concretarlo, los reformistas de 1918- es la reconstrucción de nuestra Patria Latinoamericana. Pero, además, “construir el mundo en su conjunto exige liberarse de dominadores particulares”, es decir del dominio imperialista, que en lugar de unidos –como enseña el precepto hernandiano- nos mantiene dominados según la vieja consigna romana “divide et impera” (14).

 

* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la FFHA de la UNSJ y de la UNVM (Córdoba).

Notas

(1) Torres Roggero J. (2009), Poética de la Reforma Universitaria. Córdoba: Babel Editorial, pág. 23.

(2) Ídem, pág. 9.

(3) Salcedo E. N. (2014). Memorias de la Patria Chica. Crónicas de una historia inconclusa. Segunda parte: Exilio y arraigo de D. F. Sarmiento. San Juan: EFU (Editorial de la Universidad Nacional de San Juan).

(4) Torres Roggero, ob. Cit., pág. 9.

(5) Ídem.

(6) Ídem.

(7) Ídem.

(8) Ídem, pág. 21.

(9) Ídem, pág. 21.

(10) Ramos J. A. (2006). Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires: Dirección de Publicaciones del Honorable Senado de la Nación, pág. 207.

(11) Salcedo E. N. y Caballero R. A. (2007). El General Ausente. Memoria de un país en crisis. San Juan: Edición propia, pág. 50.

(12) Torres Roggero, ob. Cit., pág. 24.

(13) Perón J. D. (2009). “América latina, ahora o nunca” (Discurso ante la Asamblea Legislativa en la apertura del 99º período ordinario de sesiones del Congreso Nacional, 1974). Buenos Aires: Editorial Punto de Encuentro, pág. 135

(14) Ídem, pág. 43 (Artículo del 18 de julio de 1972 aparecido en “Las Bases”).


Imagen de portada: «Haya entrega bandera indoamericana a la Federación de Estudiantes de México». Fuente: http://oizquierdo.blogspot.com.ar/2015/05/apra-continental-91-anos-del-hito.html