1943 y el reformismo

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El año 1943 resulta importante en la historia del movimiento reformista pues en ese año se definen algunas posiciones históricas que perdurarán más de una década.

 

Por Elio Noé Salcedo*

Para el 4 de junio de 1943, el Partido Demócrata había convocado a su Convención para proclamar el nombre de Robustiano Patrón Costa a la presidencia de la Nación. La Cámara Británica de Comercio anunciaba la realización de un almuerzo en su honor para el 10 de junio. Ya el 3 estaba redactado un decreto del Poder Ejecutivo autorizando un aumento de cinco centavos por kilo de azúcar para que el país costeara los gastos de la campaña presidencial del magnate azucarero.

Por su lado, si al morir Alvear en marzo de 1942, Justo aspiraba a otro período presidencial con el apoyo de los radicales, la muerte de Justo en enero de 1943 inspiró en el radicalismo, huérfano de sus dos líderes históricos, la organización de la “Unión Democrática Argentina”. Se trataba de llegar a un entendimiento general con socialistas y demócratas progresistas (los comunistas tenían un papel protagónico en las negociaciones a pesar de su ilegalidad formal) para elegir una fórmula presidencial mixta.

Pero el 4 de junio de 1943, la musa de la Historia no tuvo más paciencia, pateó el tablero e hizo entrar a los nuevos actores en escena.

La resistencia al golpe presentaba un dilema casi insoluble: democracia o dictadura. Ahora bien, ¿se trataba de cualquier tipo de democracia, aunque ésta fuera una democracia fraudulenta, proscriptiva, entregadora y hambreadora o, por el contrario, se trataba de terminar con el fraude, la entrega del país, las proscripciones y el hambre de la década anterior? Se trataba en todo caso de elegir entre democracia fraudulenta y democracia genuina, y no era lo que había tenido el país precisamente en los últimos 13 años. En definitiva se trataba de retomar la senda de 1916 y 1928 o de seguir con la lógica de 1930, 1932, 1938, es decir con la “década infame”.

La revolución de 1943 disipó de un plumazo esas dudas, más allá de sus formas políticas y de sus limitaciones ideológicas, demostrando cuán precaria era aquella consigna abstracta y vacía de contenido, que no especificaba ni el modelo de país ni la clase de democracia que pretendía. No obstante, en la mayoría del país sufriente existía una gran expectativa.

Para fines de 1943, prácticamente todos los partidos de la “Década Infame”, tanto los que habían sido oficialistas como los que habían sido la “oposición de su Majestad”, eran ya enemigos declarados del Gobierno provisional. Para todos ellos, esa “Revolución” no debía tener otro objetivo que “la restauración del sufragio libre y el garantizamiento del tranquilo traspaso del poder de los  “regiminosos” a los “democráticos”. Ni unos ni otros podían tolerar que la revolución mantuviese la neutralidad ante la guerra, dictase disposiciones de hondo contenido social y aplicase una política favorable al desarrollo industrial en el orden económico” (1). Tampoco entendían que este Ejército no era el de la Década Infame (2).

 

Los caminos que se bifurcan

Los mismos que habían apoyado el golpe de 1930, se manifestaron en contra del golpe de 1943 (12 años después se pronunciarían a favor del golpe de 1955). ¿A qué respondía esa aparente incoherencia? Había de todo, pero en última instancia tenía que ver con la ideología -transmitida de padres a hijos- de la clase media agropecuaria argentina (cada vez más urbana y cosmopolita), no siempre en el mismo carril de los intereses populares y nacionales. Sin duda, esa ideología era el resultado del nacimiento de la clase media argentina en el marco de la conformación del sistema oligárquico en nuestro país, con sus caracteres sociales, económicos y psicológicos particulares: elitismo, exclusivismo portuario, asociación económica con el Imperio Británico y dependencia mental del extranjero. La ruptura ideológica de los hijos con sus padres –fenómeno conocido como la “nacionalización” de las clases medias (“verdadero parricidio” ideológico)-, sobrevendría recién con la generación de los 60 y 70.

Si cabe una explicación más concreta y directa de lo que pasó, fue la siguiente:

La entrega de la enseñanza a la Iglesia y al nacionalismo católico (que no había hecho ningún mérito para merecerlo), la disolución por decreto de los partidos políticos (que habían aceptado la entrega del país), el amordazamiento de la prensa (que había ayudado a voltear a Yrigoyen y a mantener la condición subordinada del país durante una década), las persecuciones ideológicas (en lugar de imponer el debate de las cuestiones nacionales), finalmente “enajenaron a su vez al gobierno militar el favor de vastas capas de la pequeña burguesía y consolidaron a ésta en la dependencia a sus direcciones tradicionales” (3).

Los jefes de los viejos partidos –varios de ellos a frente del movimiento estudiantil de la época- dijeron a sus seguidores que se estaba en presencia de un régimen “fascista”, y el grueso de las clases medias, educadas en las tradiciones del laicismo y las libertades democráticas (aunque el “padre de la democracia” hubiera estado proscripto y deshonrado a través de la aceptación por su partido de la farsa democrática), atemorizadas por las ideas culturales de Giordano Bruno Genta y por la dureza cuartelera del régimen, tuvo motivos para creerles y se distanció de la revolución”. Pero al mismo tiempo que se oponían al régimen de facto -sin ninguna otra consideración, después de 13 años de “década infame”-, “los partidos liberales reiniciaban de manera informal pero concreta sus contactos para reflotar el proyecto de “Unidad Democrática” que la irrupción de la milicia había dejado en suspenso” (4).

Al no plantear ninguna alternativa a la década vivida, como de hecho planteaba el régimen militar para terminar con ella, y volver sobre sus pasos en cuanto a su acción política “equívoca”, los partidos “democráticos” renunciaban lisa y llanamente a la transformación del país.

A partir de entonces –a pesar de los gruesos errores del gobierno militar- la situación fue evolucionando lejos de los “partidos” pero cada vez más cerca del pueblo, hasta que amaneció el 17 de octubre de 1945. Un mes antes, la Marcha de la Libertad y la Constitución había arrastrado a la juventud estudiantil al bando contrario.

Pero la historia no se detenía y buscaba un lugar donde sentirse más cómoda y continuar la tarea que le había sido arrebatada en 1930. En la próxima década escribiría una de sus más grandes páginas, afuera y a contrapelo de los claustros universitarios.

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la UNSJ y de la UNVM.

 

Notas

1- R. A. Ferrero (1999). Sabattini y la decadencia del yrigoyenismo. Buenos Aires: Ediciones del Mar Dulce, pág. 140.

2- Teoría de los dos ejércitos. Ver J. A. Ramos: “Historia Política del Ejército Argentino” (1959); A. Jauretche: “Ejército y Política. La patria grande y la patria chica” (1984).

3- J. A. Ramos (2006). La factoría pampeana. Buenos Aires: Dirección de Publicaciones del Honorable Senado de la Nación, pág. 141.

4- Ídem, pág. 141.


Imagen de la portada: Rawson y Pedro Pablo Ramírez saludan a la multitud en Plaza de Mayo el día del golpe de estado, 4 de junio de 1943. Fuente: Historia Integral Argentina, Tomo 8, pag. 15. Buenos Aires, CEAL, 1976. www.wikipedia.com