El Reformismo y la Década Infame

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«¿Es posible», se pregunta el autor, «defender la autonomía universitaria, incluso en un país democrático, sin defender a la vez la autonomía económica de la Nación, sobre cuya base se sostiene el presupuesto universitario?»

 

Por Elio Noé Salcedo*

Entre 1918 y 1930, algo había cambiado en el Reformismo desde que el estudiantado en masa –salvo honrosas excepciones- había apoyado un golpe “con olor a petróleo”, según la definición de Waldo Frank. En verdad, se trataba de la reacción de los trusts petroleros contra el conveniente otorgamiento a YPF del monopolio de la venta de naftas en Capital Federal y la firma soberana del convenio argentino-soviético sobre hidrocarburos.

Las clases medias –de origen inmigratorio mayoritariamente-, insertadas ya en el aparato económico y político del próspero país agropecuario, habían conquistado el último baluarte oligárquico: la Universidad. “El acceso a ella, pasada la hora del romanticismo –apunta el historiador Ferrero- se revelaba como su verdadera reivindicación de clase, mientras que las aspiraciones populares y latinoamericanistas, aparecían como su elemento utópico, carente de sustento social y perspectivas concretas” (1).

En poco tiempo, la autocracia uriburista mostraría su verdadero rostro en la Universidad de Buenos Aires, cuyos integrantes la habían acompañado hasta las mismas puertas del poder: profesores, consejeros y militantes reformistas eran detenidos, encarcelados y torturados, con lo cual, los propios hijos de la clase media desagradecida pasaban a ser también víctimas del golpe que habían propiciado.

En Córdoba, el idilio duraría nueve meses, al amparo de los restos de autonomía universitaria. El 22 de octubre de 1930 es elegido rector el Ing. José Benjamín Barros, quien con el apoyo del movimiento estudiantil realizará una gestión “inaudita” (en el decir de Deodoro Roca). Aparte de donar sus sueldos, el Ing. Barros regularizó la imprenta y la biblioteca, proyectó la Casa del Estudiante, y hasta personalidades como Pedro Henríquez Ureña, Luis Giménez de Asúa, André Siggfried y Aníbal Ponce pudieron ocupar la tribuna académica (2).

Pero un rectorado reformista bajo la dictadura conservadora resultaba una paradoja, y el 19 de junio de 1931 la fuerza policial del dictador invadió la Universidad de Córdoba, lo que obligó a Barros a renunciar, no sin antes denunciar la incompatibilidad de la ocupación policial “con la existencia misma de la Universidad”. (Cabría preguntarse si es posible defender la autonomía universitaria, incluso en un país “democrático”, sin defender a la vez la autonomía económica de la Nación, sobre cuya base se sostiene el presupuesto universitario).

A partir de la asunción del Ing. Eduardo Deheza se reinician las expulsiones de alumnos y la exoneración arbitraria de profesores. El 22 de agosto el Consejo Superior desconoce a la Federación Universitaria de Córdoba; simultáneamente, el Poder Ejecutivo cesantea por decreto y sin audiencia a los profesores reformistas y expulsa a seis alumnos más, lo que dará lugar a nuevas huelgas estudiantiles.

 

El fin de la dictadura y el comienzo de la ficción democrática

A partir de 1932, con la asunción del Gral. Agustín P. Justo y el Dr. Julio A. Roca (h), a través de los proscriptivos comicios de noviembre de 1931, el cambio sería solo cosmético, y bajo la máscara de una república independiente y de la vuelta al sistema democrático, se institucionalizaría la proscripción del yrigoyenismo, la ficción democrática (suscripta por radicales antipersonalistas, socialistas, conservadores y demócratas progresistas), la entrega nacional (Pacto Roca Runciman) y la mishiadura, los cuatro caballos del Apocalipsis de aquella década.

Desde los comienzos de la conspiración de 1930 contra Yrigoyen, “las ilusiones corporativistas de Uriburu se habían enfrentado con la oposición de Justo y de los partidos oligárquicos” (3). Les “preocupaba” la dictadura, pero no le harían asco a la proscripción del movimiento mayoritario, al fraude o la ficción democrática e incluso a la tortura. Al doctor Leopoldo Melo (radical alvearista), Ministro del Interior entre 1932 y 1936 de Justo, le tocaría el triste honor de perfeccionar los métodos de la Sección Especial de la Policía Federal (creada por Uriburu), con lo que la picana pasaría de aplicarse al ganado a ocuparse en los seres humanos con el democrático fin de apretar opositores e incluso correligionarios.

El Gral. Justo llegaría al poder debido a la abstención del radicalismo en esos comicios, en aquel momento encabezado por Alvear, pues Yrigoyen permanecía preso en Martín García. Con la abstención electoral –que por su inconveniencia no contaba con la aprobación del caudillo radical- el radicalismo le hacía el juego al candidato oficial. En efecto –refiere Ramos-, “al abstenerse el radicalismo, se produce un ordenamiento político alrededor del nombre del general Justo, al que concurren conservadores, radicales antipersonalistas inspirados por Leopoldo Melo y socialistas independientes acaudillados por Antonio De Tomaso y Federico Pinedo”. Ese ordenamiento político se conocerá con el nombre de Concordancia. Dadas como estaban las cosas, la opción opositora por la Alianza Demócrata Socialista solo le proporcionaría al régimen imperante “la ficción de juego limpio”. Al estar excluido el radicalismo, el resultado electoral, con o sin fraude, era previsible; la política entreguista y hambreadora, a lo largo y ancho del país, también.

El impacto social de las primeras décadas del siglo XX con la llegada de los jóvenes de clase media desde el campo próspero a la ciudad cosmopolita para estudiar, será superado en esta década por el impacto de las muchachas que llegan de Tucumán, Santiago del Estero o Corrientes a la Capital para conchabarse como “empleadas domésticas” con comida y cama adentro. Otro tanto ocurrirá con los jóvenes provincianos sin destino cierto, que emigraban a la gran ciudad en busca de algún futuro. Así, el país se volvía sobre la boca de su propio embudo, creado a raíz de la estructura agroexportadora instituida (Ese nuevo fenómeno social haría eclosión el 17 de octubre de 1945, auspiciando una nueva época).

Ramón Doll –un representante del naciente revisionismo nacional- descubría al final de la década “el triángulo de la oligarquía curialesca”: Bufete-Estrado-Facultad, que permanecía vigente a pesar de todo. Observad bien –escribe Doll-: son siempre los mismos apellidos, son los yernos y sus suegros, los hermanos y los cuñados. El abogado de un ferrocarril es siempre el profesor de la facultad que un buen día salta a un juzgado o a una Cámara, o el juez que salta a un bufete bien rentado por la Standard Oil, y cabalmente es también profesor de la Universidad (4).

Vencido el padre de la Reforma dentro y fuera de la Universidad, no había manera de continuar con la transformación de los claustros. Es que no podía haber una verdadera y definitiva Reforma si ésta no estaba incluida dentro de un proyecto integral de Nación.

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la UNSJ y de la UNVM.

Notas

(1) R. Ferrero (1999). Historia Crítica del Movimiento Estudiantil de Córdoba. Tomo I (1918-1943). Córdoba: Alción Editora, pág. 80.

(2) Horacio Sanguinetti (1959). La democracia ficta. Buenos Aires: Editorial Perrot, pág. 123.

(3) J. A. Ramos (2006). La factoría pampeana. Buenos Aires: Dirección de Publicaciones del Honorable Senado de la Nación, pág. 146.

(4) R. Doll (1939). Acerca de una política nacional. Buenos Aires: Editorial Difusión, pág. 39.

 


Imagen de portada: Portal Educ.ar