El Segundo Congreso Nacional de la Reforma

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Antes de la realización de este Congreso, se produjo una extensa huelga estudiantil que contó con el apoyo de todas las federaciones universitarias y de la intelectualidad progresista y de izquierda de todo el país que resistía el autoritarismo dentro de la Universidad.

 

Por Elio Noé Salcedo*

En el contexto de cambio del gobierno autocrático de Uriburu a la democracia proscriptiva y fraudulenta del Gral. Agustín P. Justo, la FUA convocó a la Convención Nacional Reformista para el 7 y 8 de mayo de 1932 en Córdoba. Allí se fijaron las bases para la realización del “Segundo Congreso Nacional Universitario”, que sesionaría en Buenos Aires entre el 13 y 18 de agosto de aquel año. Entre la asunción de Justo y el Congreso de la FUA tendrá lugar la gran huelga estudiantil (mayo de 1932 a febrero de 1933), con epicentro en la Córdoba radical y con apoyo de todas las federaciones universitarias y de la intelectualidad progresista y de izquierda de todo el país que resistía el autoritarismo dentro de la Universidad.

Como queda dicho, aparte de la extensa huelga, que demostraba la permanente vitalidad del movimiento estudiantil, se destacaría en aquellos primeros años de la década el Segundo Congreso de la FUA, que “fue más allá del antiimperialismo romántico propio del movimiento del ’18 y sancionó toda una serie de ponencias de carácter socialista y anticapitalista” (1).

 

Las resoluciones del Congreso

Para empezar, el Congreso tomaría importantes resoluciones, entre otras: el pedido de libertad para el dirigente reformista y antiimperialista Haya de la Torre, preso en el Perú; la condena a los grupos fascistas paramilitares, exigiendo su disolución; el llamado a la paz entre Bolivia y Paraguay, con una exhortación a los maestros, obreros y estudiantes de los dos países hermanos para que rehusaran tomar las armas; una manifestación contra el limitacionismo en el ingreso universitario; un magnífico despacho sobre “la Reforma educacional”, afirmando la necesidad de una enseñanza humanista; y la propuesta de una ley universitaria, declarando  el dogma de que “la Reforma Universitaria es parte indivisible de la Reforma Social”.

Al intervenir universidades y colegios, derogar conquistas que habían costado años de lucha y cesantear a profesores y alumnos con toda impunidad, la dictadura de Uriburu había puesto en evidencia la fragilidad de la autonomía universitaria y de aquella utopía reformista de realizar la “regeneración de América” desde la propia Universidad. “Este descubrimiento casi súbito –dice Ferrero- los había llevado de un extremo a otro: de la confianza irrestricta en las virtudes palingenésicas de la intelligentzia en la sociedad, a la triste certeza de que nada sólido podía ella construir ni siquiera en las casas de estudios superiores si antes no se transformaba de arriba abajo la sociedad entera” (2).

Para Jorge Enea Spilimbergo, “ese socialismo químicamente puro del Segundo Congreso no constituía un paso adelante en la conciencia reformista respecto de 1918, sino un paso atrás, ya que canjeaba el programa nacional-democrático del año 18 (y su vinculación concreta con el yrigoyenismo en ascenso) por un anticapitalismo abstracto en que Yrigoyen y Justo eran colocados en un mismo nivel, y en una misma bolsa, execrados ambos a un mismo título como “burgueses” y “reaccionarios”… En 1932, asunción de un programa socialista por parte de la pequeña burguesía estudiantil no significaba otra cosa que renunciar a combatir el uriburismo sino de palabra y hacerse cómplice de la proscripción del radicalismo mayoritario” (3).

Del otro lado estaban los que, como Sofanor Novillo Corvalán –nuevo Rector elegido en noviembre de 1932 por el Consejo Superior con la sola presencia profesoral y quórum estricto- acusaban a la Reforma de “fuerza de vanguardia atormentada por ideas extremas” que había intentado desnaturalizar a la Universidad, “convirtiéndola no en cátedra de doctrina sino en tribuna de propaganda”, causando así el “desconocimiento del principio de autoridad y la muerte de la disciplina”.

Para Novillo Corvalán, la Universidad no era “un reflejo de la sociedad, sino una irradiación de la cultura”, y por eso no debía “recoger de aquella sus agitaciones, la lucha de sus clases, sus miserias y sus gritos de rebelión”, porque “los procesos sociales son del resorte de los parlamentos y de los consejos de gobierno, de los partidos políticos, de los clubes y de la prensa” (4). Por supuesto, dicho pensamiento estaba en las antípodas del pensamiento reformista de sus ideólogos, para quienes “el universitario puro es una monstruosidad” (Deodoro Roca).

 

La situación dentro y fuera de la Universidad

Al promediar el primer lustro de la década, la situación adentro de la Universidad no era sino el reflejo directo del deterioro político, económico y social en el país. La Universidad se había transformado en “una gran caverna”, llena de “fieros trogloditas, espantables e hirsutos”, que alzaban “los penates de la tradición” como justificativo, según denunciaba Deodoro Roca, y, “sin el control de los estudiantes”, había vuelto a “ser lo de antes: burocracia, instituto secular del acomodo. Presupuesto, parientes, parientes, muchos parientes… Paniaguados. Tartamudos dictando cátedras de declamación. Enseñando, para cobrar sueldo, precisamente, todos los que necesitan aprender. Profusión de fundaciones huecas. Institutos para todo: institutos de Derecho Civil, de Filosofía, de Ciencias Mercantiles y Económicas, de Aeronáutica, etcétera”. Salvo el de Tisiología, todos eran “o la pompa verbal y retórica que disimula un viejo complejo de inferioridad, o el pretexto decoroso para repartir empleos entre parientes sin saber y sin clientes” (5).

Afuera, la disyuntiva era de hierro: “al que no quería callar lo mataban de silencio o de hambre” (6). El pueblo trabajador, después de acompañar el cuerpo de Hipólito Yrigoyen hasta su última morada en 1933, ahora apretaba los dientes en las madrugadas rodeando a los canillitas que vendían La Prensa, a la pesca de algún trabajo.

La tuberculosis hace estragos. La sífilis y la blenorragia se expanden triunfalmente… El trigo se acumulaba en los silos mientras el hambre se extendía por “el granero del mundo”… Las drogas circulaban por la calle Corrientes… En Mendoza millones de hectolitros de vino desbordaban alegremente las acequias, mientras que en San Juan, el término medio de vida humana era de 24 años 8 meses… El promedio de vida en la civilizada Buenos Aires era, por su parte, de 38 años y cuatro meses. En Londres llegaba a 53 años y 6 meses. Una estadística registra una disminución progresiva del índice del costo de vida en Inglaterra: 164 en 1929; 158 en 1930; 148 en 1931; 144 en 1932; y 140 en 1933. Durante la crisis del año 29 y subsiguientes (Pacto Roca-Runciman mediante), la Argentina semicolonial alimentaría a bajo costo al pueblo británico (7) (8).

La sustitución de importaciones, consecuencia del obligado encerramiento europeo por la crisis mundial y la Segunda Guerra Mundial, desnudarían el drama de la Argentina agroexportadora y la pondrían frente a su destino industrial. Pero la década infame aún no había concluido.

 

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la UNSJ y de la UNVM.

Notas

1- A. Ferrero (1999). Historia Crítica del Movimiento Estudiantil de Córdoba. Tomo I (1918-1943). Alción Editora, pág. 95.

2-Ídem, 95.

3- E. Spilimbergo (1963). Balance crítico de la Reforma Universitario. Buenos Aires: Ediciones de la Izquierda Nacional, reproducido por Ciria y Sanguinetti, en “Los Reformistas”, pág. 225 y 226.

4- Novillo Corvalán. En La Voz del Interior del 23 de noviembre de 1932, pág. 7.

5- Roca (1934). El drama social, pág. 91.

6- A. Ramos (2006). La factoría pampeana. Buenos Aires: Dirección de Publicaciones del Honorable Senado de la Nación, pág. 199.

7- Ídem, pág. 189, 190, 192.

8- Semejante desamparo popular tal vez explique, aun en plena Década Infame, la gobernación de Federico Cantoni entre 1932 y 1934 en San Juan, y la de Amadeo Sabattini entre 1936 y 1940 en Córdoba, herencias ambas del yrigoyenismo y anticipación histórica del peronismo.


Imagen de portada: Celestino Gelsi, uno de los cabecillas de la huelga, camina escoltado por los policías. Fuente de la imagen: lagaceta.com.ar