El reformismo y el golpe del 6 de septiembre de 1930

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Los argumentos o racionalizaciones de los líderes reformista olvidaban que la Reforma Universitaria le debía a Yrigoyen el triunfo del movimiento en 1918.

 

Por Elio Noé Salcedo*

Es curioso pero no inexplicable que uno de los argumentos o racionalizaciones de los líderes reformistas para atacar al segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen fuera “el mal gusto” y “la vulgaridad”, desconociendo los logros de su primera gestión y la misma orientación de la segunda. Olvidaban que la Reforma Universitaria le debía a aquel hombre el triunfo del movimiento en 1918 y que, por prevención contra la intervención del PEN, la contrarreforma había tenido que ceder –aunque fuera parcialmente- ante el movimiento estudiantil en 1929.

Si nuestra experiencia histórica no nos enseñara cómo se puede instrumentar una causa en Nuestra América en contra de los intereses nacionales y populares, llamaría la atención que Deodoro Roca se refiriera en 1930 al “déspota ridículo, doblado en apóstol” (1) para atacar al hombre que había gobernado ocho años -1916-1922 – 1928-1930- sin un día de Estado de Sitio, que no había clausurado un solo diario de la prensa que lo injuriaba diariamente, y que acababa de indultar al anarquista Simón Radovizky. Más injusto era todavía negarle al yrigoyenismo “toda progresividad histórica como movimiento nacional y popular de su época” (2), asimilándolo al régimen oligárquico que justamente ese gran movimiento político había desplazado en 1916.

Probablemente, la situación provincial –“giro a la derecha” del radicalismo cordobés, ya sin Enrique Martínez ni Amadeo Sabattini- coadyuvó al error de perspectiva del cordobés Deodoro Roca: literalmente, el árbol no le dejaría ver el bosque.

Una variante del compromiso equivocado –que era el caso de Deodoro en esta crítica circunstancia-, era ocuparse de los problemas provinciales más que de los nacionales, o entender unos con prescindencia de los otros, que era el caso del movimiento estudiantil de Córdoba, enfrentado a dos proyectos gubernamentales provinciales de gran impacto social: la privatización de las fuentes hidroeléctricas y el establecimiento de la enseñanza religiosa, contraria a la bandera reformista de la educación laica.

En efecto, la Federación Universitaria de Córdoba se movilizó junto a los demás sectores populares para impedir la entrega y evitar la aprobación completa del artículo 12 y ½, introducido en la Ley de Educación Común por los clericales, que ya tenía media sanción de Diputados. La conjunción de estas circunstancias –apunta Ferrero- “hizo que la FUC guardara un discreto silencio respecto de la problemática nacional que se decidía en Buenos Aires” (3). Por su parte, en el movimiento universitario porteño, ocupado como estaba en otra tarea menos progresista: el derrocamiento del gobierno popular de Hipólito Yrigoyen, apenas si tendría alguna repercusión la campaña por la educación laica de los estudiantes cordobeses. Hasta llegaría a Córdoba en “misión secreta” una delegación de reformistas porteños con el fin de comprometer a la FUC en la aventura golpista contra el caudillo radical. La respuesta de la Federación sería contundente: “La peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras” (4).

Pero la suerte estaba echada, y el 5 de setiembre –un día antes del golpe- la FUA pidió la renuncia de Yrigoyen. Lo mismo hizo el doctor Alfredo Palacios, decano socialista de la Facultad de Derecho. Al mismo tiempo, el dirigente reformista Carlos Sánchez Viamonte –autor de “El último caudillo”- proclamaba ante miles de enfervorizados estudiantes: “La juventud universitaria apoyará cualquier movimiento tendiente a derrocar el actual gobierno” (5). Era el anuncio de la Década Infame.

Balance de un día nefasto

No obstante la indiferencia mostrada frente a los aprestos golpistas, el 26 de septiembre, el reformismo cordobés estaría presente en el acto de bienvenida al interventor uriburista en Córdoba, Dr. Carlos Ibarguren, organizado por la Casa de Trejo. De ese modo aceptaba de hecho la nueva situación de facto.

Una de las autocríticas más amplias y sinceras realizadas por un reformista acerca de su apoyo al golpe reaccionario de aquel 6 de septiembre es la realizada por Isidro J. Odena, dirigente socialista del Centro de Estudiantes de Derecho de la UBA entre 1926 y 1932. Aunque ese análisis haya sido hecho tres décadas después, conserva todo su valor y validez, pues como hemos dicho, el proceso reformista no está cerrado y, por el contrario, sigue abierto a nuevos avances, nuevas interpretaciones y nuevos aportes.

Odena confesaba en 1963: “La gran mayoría de los reformistas que fuimos alentados y sostenidos por la intuición del viejo Yrigoyen, nos unimos al coro intelectual, orquestado a izquierda y derecha, que abominaba de la anfibológica literatura oficial y se mofaba del elenco gobernante…”.

Con lucidez revisionista, Odena explicaba: “La oligarquía formó dos ejércitos, uno civil y otro militar para derrocar a Yrigoyen. El ejército civil estaba encabezado por la juventud reformista de las universidades y por los intelectuales y políticos de izquierda.

Claramente reconocía cierto idealismo ingenuo en aquella postura impracticable de 1930: “Nos alzamos contra ‘la corrupción y la ignorancia’ del yrigoyenismo, dejando a salvo nuestra oposición a toda eventual dictadura militar. Con Alfredo L. Palacios, decano de la Facultad de Derecho, pedimos simultáneamente la renuncia de Yrigoyen y la inmediata convocatoria a elecciones si se producía un motín militar. Se daba cuenta Odena de quela oligarquía auspició entusiastamente este plan ‘democrático’, segura como estaba de que la caída del gobernante legítimo no podía tener otra consecuencia que la apertura desembozada hacia la arbitrariedad y el fraude”.

Admitiendo que los reformistas de entonces habían llevado su enfoque idealista a un extremo del que no podrían volver, el ex dirigente universitario concluía: “Nosotros, los estudiantes reformistas, creíamos que la renuncia de nuestro decano, el doctor Palacios, y los manifiestos antimilitaristas que suscribimos al día siguiente del golpe de Estado serían más decisivos que las fuerzas desatadas por la reacción… y conste que lo hacíamos con la mayor buena fe, con la convicción absoluta de servir una causa justa, como cuando contribuimos a derrocar a Yrigoyen” (6).

El mismo Deodoro le echaría en cara a los militares “septembrinos” de 1930 su ingratitud para con el apoyo y acompañamiento estudiantil en aquellas jornadas, pues “sin la rebeldía de los universitarios el 6 de septiembre no habría sido posible” (7). Exactamente 25 años después, pero un 16 de septiembre, la historia volvería a repetirse.

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la UNSJ y de la UNVM.

Notas:

(1) Epílogo de “El último caudillo”, libro del ex consejero reformista porteño Carlos Sánchez Viamonte.

(2) Ferrero (1999). Historia Crítica del Movimiento Estudiantil de Córdoba. Tomo I (1918-1943). Alción Editora, pág. 69.

(3) Ídem, pág 73.

(4) Ídem, pág. 74 (Información suministrada al autor por el Dr. Marcos Meeroff en carta del 24 de marzo de 1998).

(5)  Horacio Sanguinetti (1970). El movimiento estudiantil y la caída de Yrigoyen. Buenos Aires: en Revista “Todo es Historia” Nº 40, pág. 57.

(6) Odena (1963). Entrevista por el mundo en transición. Montevideo: Libreros Editores, pág. 20, 21, y 24.

(7) Roca (1956). El difícil tiempo nuevo. Buenos Aires: Editorial Lautaro, pág. 87.

 


Imagen: José Félix Uriburu rodeado de simpatizantes civiles, encabeza el golpe militar del 6 de septiembre de 1930, contra el gobierno de Hipólito Irigoyen. Fuente: laangosturadigital.com.ar