Una hipótesis sobre la historia de la mujer sanjuanina

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Las controvertidas y, a veces, contradictorias, palabras de Domingo Sarmiento, en este caso referidas a su madre y, en ella, a la mujer sanjuanina.

Por Elio Noé Salcedo*

En su primer escrito, publicado en Chile (1843), haciéndole poco honor a su provincia, a su familia y en particular a su madre, Domingo Faustino Sarmiento expresaba: “He nacido en una provincia ignorante y atrasada. He nacido en una familia que ha vivido en una mediocridad muy vecina a la indigencia y hasta hoy es pobre en toda la extensión de la palabra” (1).

Si bien es cierto que la familia de Sarmiento estaba “tristemente marcada por la menguada herencia que había alcanzado hasta su madre” (2), que era la única que sostenía el hogar y que prescindía de los “accidentales aportes” del padre, nada tenía que ver Paula Albarracín con aquella “mediocridad muy vecina a la indigencia” de la que hablaba su hijo, confundiendo el efecto con las causas del atraso provinciano.

Muy por el contrario, como su propio hijo lo admitiría en Recuerdos de Provincia, Paula Albarracín “sabía leer y escribir en su juventud” –cosa no muy común ni usual en aquellos tiempos tanto para hombres como para mujeres-, y era una mujer “de inteligencia clara y sin concesiones hechas a la vida” (3).

Es más, “a los veintitrés años emprendió una obra superior, no tanto a las fuerzas cuanto a la concepción de una niña soltera: con el producto de sus tejidos que consistía en una pequeña suma de dinero y con la ayuda de dos esclavos de una tía rica echó los cimientos de la casa que debía ocupar en el mundo al formar una nueva familia, sin ayuda de más nadie” (4).

“En aquellos tiempos –relata Sarmiento, poniendo en evidencia sus contradicciones entre lo que sostenía y lo que en realidad sucedía- cualquier mujer industriosa, y lo eran todas, aun aquellas nacidas y criadas en la opulencia, podía contar consigo misma para subvenir a sus necesidades” (5).

Así describe el escritor las labores producidas por su madre, lejos de toda mediocridad, justamente para escapar a la indigencia tan temida: “Las industrias manuales poseídas por mi madre son tantas y tan variadas que su enumeración fatigaría la memoria con nombres que hoy no tienen ya significado… El punto de Calcuta en todas sus variedades y al arte difícil de teñir poseyólo mi madre a tal punto de perfección que por estos últimos tiempos la consultaban por esos medios de cambiar un paño grana en azul, o de producir cualquiera de los medios tintes oscuros del gusto europeo… La reputación de omnisciencia industrial la ha conservado mi familia hasta mis días, y el hábito del trabajo manual es en mi madre parte de su existencia” (6). ¿Y la mediocridad? Bien, gracias.

“Bajo la presión de la necesidad en que nos criamos”, debido a la “mala suerte de mi padre y falta de plan seguido en sus acciones“, concurriendo solamente “en las épocas de trabajo fructuoso con accidentales auxilios”, –termina concediendo Sarmiento- “vi lucir aquella ecuanimidad de espíritu de la pobre mujer, aquella resignación armada de todos los medios industriales que poseía y aquella confianza en la providencia, que era sólo el último recurso de su alma enérgica contra el desaliento y la desesperación” (7).

Tal vez, la culpa de que la mujer haya sido subestimada, subordinada y subvalorada a través del tiempo, la tengan también los que han escrito la historia (aunque en este caso el relato sea bastante contradictorio). Es tan solo una hipótesis.

 

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la FFHA de la UNSJ.

Notas

1- F. Sarmiento. Mi Defensa. Chile, 1843.

2- F. Sarmiento. Recuerdos de Provincia. 1850.

3- Ídem.

4- Ídem.

5- Ídem.

6- Ídem.

7- Ídem.


La imagen que ilustra esta nota es parte del pórtico de entrada a la casa Natal de Domingo F. Sarmiento.