Cartas al futuro (segunda parte)

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El pensamiento vivo de Simón Bolívar, a 186 años de su muerte (17 de diciembre de 1830).

 Por Elio Noé Salcedo*

Como buen suramericano, Simón Bolívar entiende la situación de Nuestra América y sabe de su originalidad y magnitud: «Nosotros somos un pequeño género humano –asegura-,  poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil» (1).

Anticipándose a un debate que todavía confunde a nuestros contemporáneos, encara con sencillez y contundencia «el caso más extraordinario y complicado» de nuestra realidad histórica, de la que ningún latinoamericano podrá sustraerse: las condiciones y contradicciones que la historia le ha legado, sin por ello desconocer las tareas políticas que la época le reclama: «No somos indios ni europeos –reconoce- sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa (España), tenemos que disputar éstos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores» (2).

Precisamente eso -suelo, derechos, intereses y el mismo enemigo- era y es lo que nos une y nos iguala a «nuestros hermanos los indios», como los consideraban todos los Libertadores. San Martín, Bolívar, Miranda, Morelos, Artigas, Morazán, Martí, siempre los tendrían entre sus prioridades. Desmintiendo a los que piensan que durante cinco siglos  no pasó nada ni se intentó nada, el 4 de julio de 1825, siendo la nueva autoridad del Perú y Encargado del Supremo Mando, Bolívar proclamaba en el Cuzco los derechos del indio como ciudadano y prohibía las prácticas de explotación a las que se lo tenía sometido desde los siglos anteriores (3). Dicho decreto tenía vital importancia, si entendemos que incluso se llegó a temer por la extinción de la población indígena, sujeta a servidumbre en las minas por parte de las clases parasitarias del Alto y Bajo Perú y también de Chile. Sin embargo, como sucedería con el plan de unidad y federación, aquel decreto socialmente revolucionario finalmente no se efectivizaría, boicoteado por las mismas oligarquías que todavía nos gobiernan. Y como la revolución industrial, nuevamente aplazada en nuestros días, la justicia social para todos sin excepción seguiría pendiente hasta hoy en su concreción definitiva.

El Decreto del Cuzco era similar y complementario a aquel de Cúcuta (Colombia) del 20 de mayo de 1820, en el que el Libertador Bolívar, por considerar que «esta parte de la población de la República merece las más paternales atenciones del gobierno por haber sido la más vejada, oprimida y degradada durante el despotismo español», dictaba la norma para restablecer sus derechos y fomentar su progreso económico y educación (4).

La historia de retrocesos y avances y otra vez retrocesos forma parte de esa historia que hay que cambiar. Pero aquella etapa de nuestra revolución nacional y social (independencia política, intento de unidad macro nacional e igualdad social), aunque derrotada y todavía inconclusa, existió y sigue siendo bandera de las actuales generaciones, como lo fuera para aquella primera generación independiente.

 

Tres claves para la definitiva independencia

En la oración inaugural del Congreso de Angostura (15-02-1819), Bolívar profundiza los fundamentos vertidos en la Carta de Jamaica (1815) sobre nuestra paradoja existencial, que es necesario y crucial asumir para reencontrarnos con nuestra identidad, pues somos «americanos por nacimiento y europeos por derechos«, ya que «nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores» (5). Pero en ese documento se encuentran también las claves para resolver definitivamente esas contradicciones.

Primera clave: «Para sacar del caos a estas Repúblicas nacientes, todas nuestras dificultades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo; la composición del gobierno en un todo; la legislación en un todo; y el espíritu nacional en un todo. Unidad, unidad, unidad, debe ser nuestra divisa. La sangre de nuestros ciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla» (6).

Segunda clave: «Necesitamos de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres públicas» (7). Hoy diríamos, que no se puede cerrar «la grieta» sin esa premisa.

Podríamos mencionar una Tercera clave: la del sistema de gobierno y modelo económico propio, según nuestra idiosincrasia y necesidades nacionales, no atada a intereses extranjeros y de minorías locales asociadas: «No solamente se nos había robado la Libertad (independencia política) -explica Bolívar- sino también la tiranía activa y doméstica (derecho a gobernarnos por nosotros mismos según nuestros propios modos e intereses)». En efecto, «en el régimen absoluto, el poder autorizado no admite límites. La voluntad del déspota es la Ley Suprema… Ellos están encargados de las funciones civiles, políticas, militares y religiosas, pero al fin son persas los sátrapas de Persia, son tártaros los sultanes de Tartaria». Por el contrario, «la América todo lo recibía de España, que realmente la había privado del goce y ejercicio de la tiranía activa, no permitiéndonos sus funciones en nuestros asuntos domésticos y administración interior» (8). La historia se repite con cada imperio dominante, creando confusión entre lo principal y secundario, entre ser lo que somos (todos latinoamericanos) y lo que quieren que seamos.

Al respecto, más cerca del político y del estratega que del soñador (como podría valorárselo erróneamente a la distancia), en carta al Gral. Francisco de Paula Santander le decía: «La América es una máquina eléctrica que se conmueve toda ella cuando recibe una impresión alguno de sus puntos» (Malvinas fue y es un caso patente). Por eso, le recordaba a Santander, al mando de las fuerzas en la Gran Colombia: «No se olvide Vd. nunca que la tranquilidad del Sur de Colombia estará siempre pendiente de la del Perú; y que nuestro frente está en el Norte, y todas nuestras atenciones lo mismo; por consiguiente, más bien debemos contar con el Sur para auxilios que para cuidados. Repito que esto es capital y que lo tengo muy meditado» (9). El enemigo no eran los latinoamericanos: estaba al Norte.

 

La última esperanza

Después de recriminarle al Gral. Sucre (21-02-1825) su llamado a las provincias altoperuanas a ejercer su soberanía y separarlas de hecho de las Provincias Unidas del Río de la Plata (situación que sin pesar alguno Buenos Aires y Rivadavia propiciaban), Bolívar se ve en la obligación de escribirle al Gral. Antonio Gutiérrez de La Fuente,  constituido en el Perú (12-05-1826). Ante las dificultades que las repúblicas americanas encuentran para consolidarse sin dejarse llevar por «los intereses de partido”, el Libertador insiste en esa carta: «El único remedio que podemos aplicar a tan tremendo mal es una federación general entre Bolivia, el Perú y Colombia, más estrecha que la de los Estados Unidos«,  en la que «habrá una bandera, un ejército y una sola nación» (10). «La reunión del Alto y Bajo Perú es necesaria a los intereses de la América, porque sin esta reunión no se consigue el plan de la federación general» (11).

Finalmente, como una advertencia que por extensión nos llega a las actuales generaciones, le dice: «En fin, mi querido General, medite Vd. por un solo instante las ventajas que nos va a producir esta federación general; medite Vd. el abismo de males de que nos va a librar, y no le será a Vd. difícil conocer cuánto es el interés que  debemos todos tomar en un plan que asegura la libertad de la América, unida al orden y a la estabilidad» (12). El pasado sigue pendiente de resolución y el futuro está presente entre nosotros.

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la FFHA de la UNSJ.

Notas

(1) Bolívar. Ob. Cit. Carta de Jamaica, pág. 53.

(2) Ídem, pág. 54.

(3) Bolívar., Ob. Cit. Decreto del Cuzco sobre los Derechos del Indio del 4 de julio de 1825, pág. 169.

(4) Bolívar., Ob. Cit. Decreto de Cúcuta del 20 de mayo de 1820, pág. 125.

(5) Bolívar, Ob. Cit. Discurso de Angostura, pág. 93.

(6) Ídem, pág. 115.

(7) Ídem, pág. 103.

(8) Ídem, pág. 93.

(9) Ídem, pág. 157.

(10) Bolívar, Ob. Cit. Carta al Gral. Antonio Gutiérrez de La Fuente, pág. 182.

(11) Ídem, pág. 183.

(12) Ídem, pág. 183.

 


La imagen que ilustra esta nota es del pintor venezolano Tito Salas.