Envejecimiento poblacional, una preocupación que crece

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Una política social gerontológica que intenta mejorar la calidad de vida de las personas mayores, como así también posibilitar a las personas desocupadas el logro de una inserción en el mercado de trabajo, es el objeto de estudio de investigadoras de Trabajo Social.

Por Elio Noé Salcedo

En la Argentina, la población de 60 años o más constituye el 14,3% del total. En San Juan ya llega al 12,6%. Según un informe de Naciones Unidas, es de esperar que para el año 2047 la cantidad mundial de personas de edad avanzada supere por primera vez en la historia a la cantidad de niños. Dada la preocupación que generan estas cifras, Revista La Universidad consultó a investigadoras del Gabinete de Estudios e Investigaciones en Trabajo Social, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ, Laura Viviana Guajardo y Marcela Analí Fernández, autoras de “Envejecimiento y cuidados en San Juan. El Programa de cuidados domiciliarios”.

– ¿Cuál es la situación en la Argentina y particularmente en San Juan?
– Existe un creciente envejecimiento poblacional tanto a nivel mundial como en nuestro país y también en San Juan. Es más, Argentina se clasifica como un país con envejecimiento avanzado dentro de la Región de Latinoamérica y el Caribe. En ese sentido, a medida que aumenta la edad de las personas, se incrementan las necesidades de cuidados y ello necesariamente tiene implicancias en las familias, en el Estado y en la economía, problemática todavía no lo suficientemente estudiada en San Juan. Es cierto que las personas en la actualidad viven más años, pero también es cierto que están más expuestas al deterioro propio de la edad y a las enfermedades crónicas que requieren de mayores cuidados. Como se sabe, el riesgo de sufrir una situación de fragilidad o discapacidad se eleva enormemente con la edad. Por lo tanto, en un contexto de cambio demográfico, la sociedad debe preocuparse de la dependencia en la vejez y los cuidados que ella conlleva.

– ¿Existen en nuestro país mecanismos, instituciones y/o leyes que hagan frente a esta problemática?
– En nuestro país, el Estado implementó el Programa Nacional de Cuidados Domiciliarios (PCD), que está a cargo de la Dirección Nacional de Políticas para Adultos Mayores (DINAPAM) de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia, perteneciente al Ministerio de Desarrollo Social de la República Argentina. La puesta en práctica de este programa comenzó en 1996, y si bien en el año 2000 se interrumpió, desde su reimplementación en 2002 se ha ejecutado de manera continua hasta la actualidad, experimentando un aumento de su presupuesto muy significativo desde 2003, dado que desde entonces se han formado más de 12.000 cuidadores domiciliarios.

– ¿Qué funciones cumple y/o que rol juega el Programa de Cuidados Domiciliarios, dependiente de la DINAPAM?
– Este Programa se constituye como una política social gerontológica que intenta mejorar la calidad de vida de las personas mayores, como así también posibilitar a las personas desocupadas el logro de una inserción en el mercado de trabajo, es decir, la inserción en la economía del cuidado formal. A su vez evidencia que una población que envejece crea empleos en la economía del cuidado, desde profesionales de la salud calificados hasta trabajadoras domésticas sin calificación. La economía del cuidado es, entonces, esencial para el desarrollo y mantenimiento de la salud y las capacidades de la fuerza de trabajo, pero también en el desarrollo y mantenimiento del tejido social: el sentido de comunidad; de responsabilidad cívica; las reglas, las normas y los valores que mantienen la confianza, la buena voluntad y el orden social. Es más, en general se piensa que las actividades de cuidado son funciones sociales más que actividades económicas, pero la realidad nos demuestra que son económicas en el sentido de que requieren el uso de recursos escasos (en el mercado) y proveen insumos vitales para los sectores económicos, incluyendo al sector público y al sector privado. No obstante, si bien existe el PCD, que sale al encuentro del problema y provee recursos humanos para hacerle frente, seguramente, y de hecho sabemos que es así, el envejecimiento de nuestros adultos mayores genera un impacto no solo para la persona que lo sobrelleva sino también para la familia.

– ¿En qué consiste ese impacto?
– El envejecimiento acelerado que sufre la región en general y nuestro país en particular tiene sin lugar a dudas un impacto en distintas dimensiones, pero una de las más importantes es la referida a salud. Se prevé que la población de 75 años o más aumentará en los próximos decenios y con ello seguramente concentrarán la atención y servicios de asistencia. Sabemos que nuestro país envejece, y aunque San Juan lo hace a un ritmo menor, también sabemos que el cuidado formal e informal brindado tanto por las redes primarias como por el Estado impacta en las economías familiares.

– ¿De qué manera?
– Primero, el envejecimiento aumenta la demanda de servicios de asistencia debido a que las personas mayores experimentan con frecuencia cierto deterioro de sus condiciones de salud (física y mental) y un debilitamiento de las redes sociales por la pérdida de la pareja, los amigos y los parientes. En segundo lugar, el cuidado ha recaído tradicionalmente en las mujeres, y éstas, debido a presiones económicas, sociales u opciones personales, se han ido alejando progresivamente de estas tareas. Como contrapartida, la inserción de las mujeres en el mercado del trabajo extradoméstico no siempre es acompañada, con el mismo énfasis, por una mayor presencia de los hombres en las responsabilidades de cuidado, sea por la socialización de género o porque quienes precisan de cuidado valoran menos el aporte que los hombres puedan realizar en esta tarea. Y en tercer término, los servicios sociales de apoyo a la reproducción social de la población adulta mayor no han logrado un pleno respaldo público, y la familia -y en menor medida, el mercado- actúa como principal mecanismo de absorción de riesgos asociados a la pérdida de funcionalidad en la vejez. En la mayoría de los casos, el cuidado está relegado a la esfera intrafamiliar, es decir que es considerado una responsabilidad exclusiva de la familia, especialmente de los hijos, y en mayor medida de las hijas mujeres (tema relacionado con la problemática de género). En ninguno de los relatos de las personas que hemos encuestados aparece el cuidado como una responsabilidad del Estado.

– Entonces, el impacto familiar en cuanto al cuidado es todo un tema.
-Si repasamos las estadísticas, el 10% es cuidado por amigos/vecinos y el 90% de los Adultos Mayores viudos/as son cuidados por familiares: el 75% son hijas mujeres, el 10% hijos varones, el 10% son nietas y/o sobrinas mujeres y el 5% restante corresponde a varones de la familia (esposo, nieto, hermano), ya que los mismos refieren a que el cuidado es un deber de los hijos y no de otro familiar. El cuidado está naturalizado como función de los hijos -mujeres en primer lugar-, no de otros familiares. En muy pocos casos participan del cuidado hermanos menores o sobrinos del anciano cuidado y, cuando lo hacen, lo expresan como algo que no les corresponde. No lo sienten como una responsabilidad propia. Pero además, el cuidado de tiempo completo excede ampliamente los ingresos de una jubilación mínima (la triplica) y la familia debe costear la diferencia que representa aproximadamente dos jubilaciones mínimas, o sea, pagar el equivalente a un sueldo y medio mínimo. Los hogares de mayores ingresos pueden tercerizar el cuidado, mientras que los de menores ingresos continúan recayendo en las mujeres de la familia, incluso las más jóvenes. En resumen, el costo del cuidado en términos económicos es alto para las familias de bajos ingresos y el ingreso es muy magro para los cuidadores, pero el costo más alto lo pagan las mujeres, lo que muestra las dificultades existentes para integrar el trabajo del cuidado en los circuitos económicos y la imposibilidad de encontrar una manera de calcularlo, puesto que cuidar (no sólo involucra lo físico, sino también lo afectivo y lo emocional) incluye, en el mercado, también las tareas domésticas como lavar, planchar, cocinar, limpiar, etc. Además, una institucionalización conlleva mayores erogaciones tanto para las familias si se realiza en el sector privado, como para el Estado si se efectúa en una institución pública. Por ende, la permanencia de las ancianas o ancianos en sus propios hogares contribuye en la economía.

-No obstante, para la familia resulta un problema económico.
-En cuanto a la estrategia económica para afrontar los gastos de cuidado, la procedencia del dinero son mayoritariamente los ingresos de los propios ancianos, llámese jubilación, pensión o ambas, pero no en todos los casos. Hay quienes cobran la jubilación mínima y necesitan ayuda económica de su familia. Son muy pocos los que perciben ingresos suficientes para su manutención, y en algunos casos los gastos son solventados por la familia directa, siendo el costo del cuidado bastante elevado. En el caso de contratar un/a cuidador/a todos los días, la erogación representa lo mismo o incluso más que lo que percibe el anciano cuando cobra una jubilación mínima. Pero si se precisan cuidadores de tiempo completo (24 horas al día), el costo se puede llegar a triplicar, y más en caso de requerir la compra adicional de pañales. El problema de fondo es que el cuidado no es una tarea rentada ni reconocida en términos económicos, por lo tanto, muchas mujeres (que son en general las que sobrellevan estas tareas en el hogar), al morir el adulto mayor, se ven en la situación de tener que empezar una nueva vida, buscar empleo (en muchos casos por primera vez) e incluso, a veces, hasta un lugar para vivir, quedando así en una situación de vulnerabilidad. Para los hombres es más fácil, ellos solo ponen la plata. Es por eso que decimos que el cuidado merece un análisis desde una perspectiva de género, puesto que sigue asociándose a lo femenino y esto conlleva a una desigualdad en las cargas del cuidado. Es dable destacar la contradicción que se plantea en este sentido. La mujer es físicamente más débil que el hombre y, en general, puede soportar una carga de peso inferior a él, pero es ella, aún con sus limitaciones físicas, la que desarrolla el papel de cuidadora, realizando esfuerzos físicos que implican un daño a su salud. En cuanto a la dinámica del cuidado, esta gira en torno a las diferentes situaciones. En los casos de los que viven solos, son las familias o los cuidadores los que se desplazan al hogar del adulto mayor, por considerar que es mejor, sobre todo para el mismo adulto, ya que se encuentra en su propia casa con sus cosas en su hábitat común.

Si esta es la situación, quiere decir que el PCD no ha tenido mucho éxito.
-A pesar de las buenas intenciones, y del reconocimiento y valoración que las personas hacen del PCD, no logró insertar a las cuidadores en el sistema formal de trabajo ni mitigar la precarización laboral, bajos salarios y la falta de reconocimiento de la labor efectuada por ellos/as. Tampoco se pudieron sostener en el tiempo los convenios firmados con algunas instituciones. La suma de los ingresos de los cuidadores que fueron formados por el PCD y aún continúan trabajando de cuidadores es tan magra como la de los cuidadores sin formación y en ninguno de los casos alcanza a un sueldo mínimo. Por otra parte, las cuidadoras formadas por el PCD conforman el 90% y sólo el 10% son varones. Todas ellas refieren haber cuidado o estar cuidando a algún familiar. Por su parte, los cuidadores varones entrevistados hoy se dedican a otros trabajos.

-Para terminar, ¿qué pasa con el Programa particularmente en San Juan?
-El PCD no brinda, al menos en San Juan, servicios gratuitos a las personas mayores para su cuidado, ya que no se implementa desde hace varios años el segundo componente (la incorporación efectiva y sistemática de los cuidadores capacitados al mercado laboral). Su contribución radica en la capacitación y formación de cuidadores idóneos para esta tarea (en líneas generales, en casi todas las experiencias, el primer componente del programa, relativo a la formación de los cuidadores, funciona sin mayores dificultades). En nuestra provincia, la tarea de los cuidadores domiciliarios se torna aún más relevante, dado que no existe ningún “Centro de Día” para adultos mayores y hay solamente una Residencia de larga estadía de carácter estatal. Por ello, es preciso que se generen políticas que reduzcan las desigualdades de género en el cuidado, que mejoren la calidad de vida y el bienestar no sólo de las mujeres sino también de los adultos mayores que reciben el cuidado; y que frenen el círculo vicioso de la pobreza de los hogares con menores ingresos. De ahí surge la importancia de sumar esfuerzos a las iniciativas que ya están en marcha (tal el caso del Programa de Cuidadores Domiciliarios) y fomentar la participación en los debates acerca de la visibilización y valoración del cuidado de los adultos mayores en términos sociales y económicos. Es preciso además construir indicadores económicos y sociales que reflejen fehacientemente el costo efectivo que tiene en el ingreso familiar el cuidado de los ancianos. Por último, para garantizar la autonomía de las mujeres y su influencia dentro de la producción de bienes y servicios en el hogar, se debe proveer, entonces, un sistema de cuidado interinstitucional que fomente la corresponsabilidad entre los miembros de la sociedad.

 

El trabajo completo “Envejecimiento y cuidados en San Juan. El Programa de cuidados domiciliarios”, puede leerse en REVIISE . 8, Año 2016 pp. 59-73. ISSN: 2250-5555. www.reviise.unsj.edu.ar