¿Dónde está la violencia?

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Por Cristina Pósleman*

El 2014 nos dejó Relatos Salvajes, una película argentino-española dirigida por Damián Szifrón. Tenemos allí seis historias que en unidad han sido categorizadas bajo el género “comedia negra”. Pero ese mote no nos convence. Vamos a mostrar que allí se teje algo más que historias de humor negro. Vamos a ver si es posible enfocar la película desde lo que proponemos llamar “estética del escándalo”. Y verla como un encadenamiento de acontecimientos en clave catártica pero que hace estallar la tensión dramática, más que resolverla. Un enrevesamiento en remolino que eventualmente se acelera en intensidad y que culmina en un beso con ganas de ser sublime -el de Romina y Ariel, los novios de la última historia-, en el que queda re-sellado un pacto con el séptimo arte y tras el cual los espectadores nos convertimos en cómplices, absolutos cómplices. Porque a diferencia de la narración de historias de venganza y descontrol teñidas de humor negro, la catarsis escandalosa no puede ser construida más que gracias a una factura cinematográfica que permite desentrañar aspectos que de otra manera quedarían sin salir a la luz. Y este primer trabajo de Szifrón en cine logra apresarlos. Veamos cuáles aspectos proponemos visualizar.
Dos operaciones se repiten en cada uno de los relatos. Una de ellas atañe al tratamiento del “principio de la división ciega entre justos y pecadores”. Todas las historias son de una u otra manera, comentarios filosos que se plantan en el suelo de las conductas, crudas, límites, extra límites. La otra operación tiene que ver con cómo es que acá se conserva la idea de desenlace final, pero que no se lo procura sin que ocurra la “estrategia del corrimiento del objetivo”. A la atmósfera general de pulseada entre lo parcial y lo imparcial, se suma la latencia de esto que se llama fatalidad del destino de los inocentes (o al menos de los más inocentes). En resumen, estos relatos juegan con la balanza de la justicia y los acasos y acosos del destino.
Sea el caso del primer episodio, “Pasternak”. Ocurre allí que hay un plan que se empieza a revelar cuando uno de los pasajeros cae en la cuenta de tal. A los pasajeros -que son el objetivo directo del responsable del plan, se suma en carácter de víctima, una pareja de ancianos. El piloto vengativo ha decidido juntar a todxs aquellxs a quienes endilga “la culpa de sus desdicha”. El avión en caída diagonal alcanza a este hombre y a esta mujer que descansan en el fondo de una casa cualquiera a la que apunta directamente el avión en caída libre. En los créditos se confirma que estos ancianos no son cualquiera… Considerando las licencias narrativas que remozan los relatos en cine, un tanto justificada está la delirante adjudicación de culpabilidad a los pasajeros. Excesivo y hasta infantil –como la exageración de los relatos de los niños que atemperan el propio miedo- es lo segundo. Como lo es igualmente el envenenamiento del joven que se suma al del machista emblemático, quien es el verdadero objetivo del acto que planean perpetrar la moza y la cocinera, en el segundo relato, “Las Ratas”. La joven moza ha reconocido en Cuenca al responsable de los conflictos financieros que acaban con el suicidio de su padre. Las dos mujeres terminan envenenando a dos. Algo más complejo pero sin dejar de responder a esta estrategia de corrimiento, es el asesinato del jardinero a manos de la gente del lugar en el que se emplaza el chalet en el que trabaja, en “La Propuesta”. Un millonario encubre al hijo por el atropello y asesinato de una embarazada y por su huida. El hombre que ha sido maniqueamente convencido de declararse culpable a cambio de mucho dinero, el jardinero, ya no viaja al otro mundo cargando sólo la mochila del destino proletario sino la del secreto de la mafia burguesa que entonces quedará enterrado por los siglos de los siglos.
Yendo ahora a otro factor que contribuye al éxito de esta catarsis escandalosa, el uso particular de los recursos del lenguaje técnico estrictamente cinematográficos. A diferencia del prodigado por los films yanquis, en la película de Szifrón se hace un uso que podríamos denominar “tecnológicamente incorrecto”. Un uso destinado a llevarse a cuestas el escándalo más que a ostentar la posesión del último grito de la imaginación. La última secuencia del primer relato, hiperrealista, de la caída del avión que se nos viene encima en “Pasternak”, la trifulca exasperada, desprolija y tosca entre Diego Iturralde (Leonardo Sbaraglia) y el conductor del Peugeot 504, causada por un intercambio de acalorados insultos y atropellos automovilísticos y luego físicos, y finalmente casi místicos, entre el yuppy del auto reluciente y el conductor re cualquiera de la catramina, en “El más fuerte”. Y podemos seguir con la implosión de un edificio y la explosión de un auto en “Bombita”, y la entrañable ronda estilo Antón pirulero de la novia y la amante del novio en plena fiesta de casamiento, en la que la segunda termina estrolada contra el espejo del coqueto local, en “Hasta que la muerte nos separe”.
Una atmósfera de pandemónium atraviesa toda la película, que si por momentos nos permite distraernos –aunque fugazmente- haciéndonos creer que se trata de fútiles historias videísticas, de repente nos alcanza la más honda fibra pública, la medida del compromiso, la coherencia, la responsabilidad. Y en ese momento es, nos parece, cuando efectivamente la película nos invita a disfrutar del estallido. Ni risa, ni llantos, una pregunta.
Cerramos evocando una de las escenas más interpelantes, según nos parece, para reforzar nuestra ocurrencia. Quien ya la vio debe recordar, casi en la mitad del tiempo, la mueca de venganza, leve, medida, de Darín sentado en el café de en frente del local de la empresa de control de estacionamiento. Aquí, a tiempo, explotará la bomba que el ingeniero ha puesto en su auto. El auto que ha sido confiscado en situaciones como las que ya nadie ha quedado sin sufrir. La bomba despabila finalmente un largo instante la pasma capitalista. Por supuesto Simón Fischer, Darín, termina siendo el ídolo en la cárcel, donde lo vemos brindando para el día de su cumpleaños junto a su familia que lo ha ido a visitar con tortas y bonetes.
Mueca, a la que evocamos, que ampara la pregunta que Szifrón encarga a Darín: ¿dónde está la violencia? La formulación de la pregunta es ya la puesta en claras de la respuesta.

 

Cristina Pósleman

*Escribe:
Dra. Cristina Pósleman
Instituto de Expresión Visual
Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes – UNSJ